Hoja de ruta: Comentario sobre “Underground”
de Haruki Murakami; perfil del autor; enlaces a links de Internet; comentarios
a libros anteriores de Murakami (“Baila, baila, baila”; “Sauce ciego, mujer
dormida”; “Después del terremoto”, “After Dark”, “De qué hablo cuando hablo de
correr”; “1Q84”, tomos I, II y III; y “Los años de peregrinación del chico sin
color"); video, entrevista a Murakami, en Barcelona, subtitulado.
En otro orden, los invito a visitar mi
página Noticias desde el sur, en la que se reiteran los diversos comentarios
del blog y se agregan otros materiales,
tales como cuentos de mi autoría, entrevistas, notas y presencia de invitados.
En este último caso puede recorrerse la “galería” del mexicano Humberto Cadena Camacho, con sus
personales versiones de personajes de las novelas del irlandés John Connolly ( http://www.noticiasdesdeelsur.com)
….
“Underground”, de Haruki Murakami. Tusquets,
Barcelona-Buenos Aires, 2014, 557 páginas. Traducción de Fernando Cordobés y
Yoko Ogihara. En España: 22,90 euros. En Argentina: 209 pesos.
Meritorio este libro de Haruki Murakami, por exhaustivo, “jugado” y nada dispuesto a las
concesiones. Se trata de la investigación que realizó poco después del atentado
contra el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995, cinco ataques coordinados de
integrantes de la secta Aum, quienes esparcieron gas sarín causando trece
muertes, cincuenta heridos graves y más de mil afectados.
Murakami, ausente de Japón durante años, había
regresado en ese tiempo a su país natal y se interesó por el caso, tanto por el
hecho en sí como porque le pareció que si lo investigaba le resultaría una
forma apropiada de comprender a sus connacionales de una manera más amplia o,
como él lo dice, “entender Japón a un nivel más profundo”.
Aum Shinrikyo o Verdad Suprema era una secta
inicialmente inclinada al budismo y a diversas prácticas orientales, liderada
por el gurú Shoko Asahara (nacido con el nombre de Chitzuo Matsumoto, en 1955),
quien consiguió muchos adeptos en Japón en las décadas de 1980 y 1990. Se
proclamó como un nuevo Cristo prometiendo a sus seguidores “la iluminación”. Para
sumarse a la secta, los adeptos debían entregar vida y dinero y someterse a una
existencia austera, plena de exigencias, luego de romper con el resto de la
sociedad, familiares y amigos incluidos.
La secta fue radicalizando sus posiciones y so
pretexto de que debía protegerse de agresiones y espías externos, decidió
“pasar al ataque” y diseminar gas sarín (un gas tóxico y mortal) en el siempre
atestado metro de Tokio. Las acciones fueron dispuestas por Asahara y cumplidas
por sus servidores más próximos y devotos (en su mayoría profesionales en
diversas disciplinas). Nunca fueron totalmente aclaradas las razones de esos
actos criminales, pero no habría que descartar que el gurú haya querido de ese
modo “precipitar” el fin del mundo que, según las creencias más difundidas en
la secta, podría producirse en 1999. Por eso no puede extrañar que se dijese
que Aum habría tenido la intención de emplear un helicóptero para rociar con
sarín el cielo de Tokio…
Otra alternativa que se deduce leyendo el
libro de Murakami, es que la secta se encontraba en una crisis, de identidad,
de representatividad, y que no eran pocos los que empezaban a dudar de su gurú
(a quien debían seguir devotamente y creer absolutamente en su infabilidad) y
que ante ese panorama, Asahara, en su delirio mesiánico, haya buscado por ese
terrible camino (o atajo siniestro) afirmar su autoridad.
Dos libros
En rigor, “Underground” está constituido por
dos libros. El que ocupa la mayor parte del volumen se conoció a comienzos de1997
y en él hablan centralmente las víctimas del atentado, aparte de que Murakami
agrega en un “epílogo” sus propias reflexiones. La segunda parte es diferente,
porque se trata de una serie de notas que el autor de “After Dark” escribió
para una revista de su país luego de aparecido el libro, basadas en entrevistas
a algunos integrantes de la secta (no a los miembros principales, que estaban
en la cárcel).
En esta segunda parte, Murakami “participa”
más, en tanto que en la primera, en la que conversó con una treintena de
personas, en su gran mayoría víctimas del ataque del gas, en general se abstuvo
de opinar. Además de víctimas directas, también cuentan sus experiencias algunos
profesionales y, al final, parientes de una de las personas que resultaron
asesinadas en el ataque.
Unas palabras del subtítulo de “Underground” me
han resultado significativas: “El atentado con gas sarín en el metro de Tokio y
la psicología japonesa”. Estas tres últimas palabras me parece que tienen especial
importancia, porque al lector ajeno al mundo nipón Murakami le abre varias
puertas para rastrear, interpretar, “auscultar” el alma japonesa. Dado que
desde múltiples maneras, el narrador se muestra casi como “extranjero” en su
propio país, no debe descartarse la idea de que él también haya querido interpretar
a su pueblo, comprenderlo de una manera más compleja.
El metro o subterráneo de Tokio tiene 13
líneas que recorren un total de 286 kilómetros por debajo de una de las
ciudades más pobladas del mundo (más de 13 millones de habitantes). Lo utilizan
nada menos que 2.500 millones de usuarios en el año y viajar en él termina
resultando una experiencia traumática, dada la enorme cantidad de personas que ocupan
sus vagones superpoblados.
Las víctimas entrevistadas por Murakami a lo
largo de semanas no tenían la menor conexión entre sí, y pudieron ser ubicadas (para
las entrevistas) luego de vencer diversos grados de dificultades en distintas
partes de Tokio, o fuera de la gran ciudad. De ocupaciones y edades muy
disímiles, las mujeres y los hombres entrevistados acusaban sin embargo no
pocas coincidencias: se mostraban renuentes a contar sus experiencias, sufrían
aún consecuencias físicas (y psicológicas) por haber absorbido sarín y, en
reiterados casos, no lograban quitarse de encima una suerte de sentimiento de
culpa.
Una férrea disciplina
La férrea disciplina laboral parece marcar a
fuego a los japoneses, de cualquier edad, sexo y extracción social. En casi
todos los casos, los afectados confirmaron a Murakami que se presentaban antes
de horario en sus muy diferenciados trabajos y que permanecían allí por largas
horas. Llaman la atención los esfuerzos que cada entrevistado manifestaba por
hacer bien su tarea y no perjudicar a empresas y compañeros de labor, así como
“querer cumplir” antes que nada con sus obligaciones laborales, decisión que reiterada,
obcecadamente, mantuvieron luego del ataque, es decir a pesar de haber sido
gaseados y de estar muy afectados por el veneno.
Otra constante que se destaca refiere a las
dificultades que tuvo la mayoría de los afectados en “reconocer” lo inusual de
la situación que se planteaba ante sus ojos, esto es, gente que de pronto
comenzaba a toser y casi de inmediato a registrar convulsiones, a caer largo a
largo, ya sea en los vagones o en los andenes del metro. Los entrevistados, en
número inusitado, no terminaban de entender la gravedad de la situación porque
no lograban “armar” una visión de conjunto, de manera que llegaban a
conclusiones casi infantiles, diciéndose por ejemplo que algunas personas se
habían enfermado de pronto o que si ellos, en lo personal, acusaban también
síntomas extraños durante considerable tiempo, debían atribuirlo a patologías
individuales, ajenas al gas venenoso.
En otro plano, Murakami y las personas
interrogadas fueron coincidentes en que el gobierno no estaba preparado para
afrontar una situación de esas características, pese a que un tiempo atrás se
habían registrado ataques muy graves, que terminaron adjudicándose a Aum, como
fueron los asesinatos del abogado Tsutsumi Sakamoto, un letrado que combatió a
la secta, y algunos de sus familiares. Sakamoto y familiares fueron asesinados
en 1989 con inyecciones de una dosis letal de cloruro potásico, tras lo cual
fueron estrangulados. Años más tarde por estos hechos fue condenado a muerte un
integrante de Aum, mientras que Asahara también fue encausado en relación a
dichos crímenes.
Asimismo, en 1995 se atribuyó a la secta el
asesinato de Kiyoshi Kayira (previamente secuestrado), quien había dado refugio
a una hermana que, luego de haberse integrado a Aum, huyó a la casa de su
hermano cuando le exigieron que donara propiedades, además de dinero.
Asahara-Matsumoto ya había hablado un año
antes del gas sarín y anticipado que en algún momento próximo se produciría el
Armagedón o fin del mundo. Además del abogado Sakamoto, otros letrados hicieron
públicas advertencias sobre la secta, pero en definitiva la policía no tomó
medidas y en consecuencia, cuando se produjeron los ataques, en el metro de
Tokio no existía ningún plan de contingencia ni se tomaron medidas inmediatas
para afrontar la situación.
Las primeras víctimas
Quienes más sufrieron fueron los empleados del
metro, los que (por total ignorancia sobre lo que enfrentaban), retiraron de
los vagones las bombonas de gas sin tomar precauciones o, en otros casos,
asistieron como mejor pudieron a personas afectadas (y por ende contaminadas)
tomando contacto con el letal producto, esparcido en la ropa y/o en los cuerpos
de las víctimas.
Tampoco los centros asistenciales estuvieron
preparados para una situación que de inmediato los desbordó. Sólo un grupo de
médicos, que tenían estudios previos sobre el gas, logró transmitir sus
conocimientos vía fax a un número reducido de sanitaristas.
Estos hechos son expuestos con claridad por
Murakami y las víctimas, las que sufrieron efectos colaterales y posteriores,
dado que en diversas circunstancias no terminaron de ser comprendidos por sus
allegados, respecto de las consecuencias ulteriores de haber sido gaseados, que
se traducía en pérdida de energías, de visión ocular y de memoria, aparte de las
tensiones psicológicas, que en sus trabajos y hasta en el entorno familiar
muchas veces no se supo interpretar ni contener. No fueron pocos los que, a
causa de esa indiferencia, perdieron trabajos o vieron quebrantados los lazos
familiares.
En la segunda parte del libro desfilan
diversos ex integrantes de Aum, en su mayoría arrepentidos por haber
participado de la secta, aunque algunos persistían en ella. Aum ha cambiado de
nombre y tiene hoy otro líder y escasos adeptos, pero no ha hecho un exhaustivo
acto de contrición, aunque ha pagado indemnizaciones a diversas personas.
Lo que se concluye, luego de leer esta segunda
parte, es que las sectas atraen a seres débiles, desde el punto de vista
social, ajenos al consumismo, que buscan en caminos espirituales alternativos
una “salida” que la vida, tan demandante, no les entrega. De ahí que resulte
“cómodo” sumarse a un mundo paralelo que le escapa al mundo rutinario,
proponiendo reglas estrictas de introspección, renunciamientos y sumisión.
“Usted también, lector”
Murakami trata de entenderlos, más allá de los
cuestionamientos de todo orden que les hace, y le propone al potencial lector
que haga lo mismo: “Debemos saber que quienes entran a una secta no son todos
anormales, ni excéntricos, ni marginados. (….) Quizás se toman algunas cosas
demasiado a pecho. Tal vez estén marcados por algún dolor. Les cuesta
manifestar sus sentimientos y tienen algún trauma. No saben cómo expresarse y
fluctúan entre sentimientos de orgullo e inadaptación. Yo podría ser así… y usted
también, lector”.
Este intento de comprensión de un fenómeno
complejo, le aparejó no pocos dolores de cabeza al escritor, especialmente de
parte de familiares de las víctimas. Comprensible, el ataque con gas sarín
conmovió profundamente a la comunidad nipona que reclamó castigos severos a los
principales responsables de Aum.
De hecho, Asahara y varios más fueron
condenados a muerte. Lo curioso es que pasados tantos años muchas de esas
ejecuciones no se han llevado a cabo y el gurú sigue en estricto arresto, pero
sin tomarse con él medidas definitivas. Los últimos grandes responsables de los
ataques permanecieron prófugos durante mucho tiempo, al punto de que los
últimos fueron arrestados dos años atrás.
El presente volumen estaba necesitado de
una actualización informativa que bien
podría haber escrito el mismo Murakami. No se lo ha hecho, lo que le impide al
lector más actual tener una visión completa no sólo de lo que significaron Aum
y Asahara, sino lo que hoy mismo significan, o no, en la vida de Japón. Quizás
una nueva edición palie dicho déficit.
….
Fotos laterales: arriba, en recuadro, el gurú
Asahara y afectados por el gas sarín: siguientes: tomas diversas del metro de
Tokio, en horas pico.
“Subió al quinto
vagón del tren. Cuando al aproximarse a la estación el convoy redujo velocidad,
agujereó en repetidas ocasiones los paquetes con el gas sarín que había
depositado en el suelo. Lo hizo con la punta afilada de su paraguas. Sin
embargo, sólo logró atravesar uno de ellos. El otro quedó intacto. De no haber
sido así, el número de víctimas se habría multiplicado”.
Perfil
Haruki Murakami (Kioto,
1949) estudió literatura en la Universidad de Waseda y regenteó durante varios
años un club de jazz. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el
Tanizaki, el Yomiuri, el Frank O’Connor, el Franz Kafka o el Jerusalem Prize,
así como el Arcebispo Juan de San Clemente, concedido por estudiantes gallegos.
Ha sido distinguido con la Orden de las Artes y las Letras por el Gobierno
español y recibió el XXIII Premi Internacional de Catalunya 2011, que otorga la
Generalitat de Catalunya. Fue varias veces mencionado para el Premio Nobel de
Literatura. Autor de una veintena de títulos, de él se conocen en castellano
las novelas “La caza del carnero salvaje” (1982, edición original), “El fin del
mundo y un despiadado país de maravillas” (1985), “Tokio Blues” (“Norwegian
Wood”,1987), “Baila, baila, baila” (1988), “Al sur de la frontera, al oeste del
sol” (1992), “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” (1995), ““Sputnik, mi
amor” (1999), “Kafka en la orilla” (2002), “After Dark” (2004), “1Q84”
(2009-2010, dividido en tres partes) y “Los años de peregrinación del chico sin
color” (2013): los libros de cuentos “Sauce ciego, mujer dormida” (1996) y
“Después del terremoto” (2000); el libro de investigación periodística
“Underground” (1997/8) y su texto autobiográfico “De qué hablo cuando hablo de
correr” (2007).
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Algunos enlaces:
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Comentarios de libros anteriores
de Murakami, oportunamente publicados en el blog:
Comentario sobre “Baila, baila, baila”
(ed. or. 1988; ed. esp. 2012)
Murakami en estado puro
“Baila, baila, baila”
(“Dansu, dansu, dansu”), de Haruki Murakami. Tusquets, Barcelona-Buenos Aires,
2012, 453 páginas. Traducción de Gabriel Álvarez Martínez. Precios
actualizados: en España: 22 euros – En Argentina: 249 pesos
“Baila,
baila, baila” fue publicada en su idioma original en 1988 y es un Murakami en
estado puro. Vale decir, se trata de una larga novela con pocos personajes,
situaciones paroxísticas, apelaciones reiteradas a la música, prácticamente
ningún contacto con la realidad “real” y sí, y en cambio, con el “otro mundo”
atravesado por los fantasmas y las noticias de la muerte.
A muchos
lectores (en realidad, a muchísimos, y en el mundo entero) un cóctel como el enunciado deslumbra. Lo
anterior no se diferencia demasiado de lo que se puede decir de otros trabajos
suyos, escritos varios años después, como “Kafka en la orilla” o “After Dark” y
de cierta manera también podría aplicarse a, al menos parte, de su trabajo más
ambicioso, “1Q84”. En lo personal no me ha causado tanta impresión. Ya iré
señalando por qué.
El autor
no parece preocuparse por lo que en determinados casos tiene que ver con sus
limitaciones expresivas. En realidad él escribe a su aire, a veces hasta caprichosamente. Si quiere
hablarnos durante prolongadas páginas de unas vacaciones en Hawaii en las que
no pasa sustancialmente nada, lo hace. Si quiere sumergirnos de súbito en el
mundo de las pesadillas (entrar y salir de él con excesiva facilidad) lo hace
también. Y si desea que su personaje supere en apenas minutos una gran
borrachera no trepidará en contarlo. Y continuar con su historia como si nada.
Lo que
narra en “Baila, baila, baila” es el desconcierto de un personaje de 34 años
(la edad que tenía Murakami cuando escribió esta novela), quien se dedica a
hacer muy poco porque es un publicista que vive de escribir columnas sobre
temas banales (vg. recorrer restaurantes de moda) y en el “momento” de la ficción
suspende toda obligación para atender otras, que se le presentan de súbito y de
manera simultánea.
Lo que se
le presenta es la necesidad de retornar con urgencia al Hotel Delfín, en
Saporo, Hokaido, ubicado al norte de Japón (él reside en Tokio), donde vivió
extrañas aventuras con una no menos extraña mujer, la prostituta Kiki, de la
que ha dejado tener noticias hace tiempo.
Una
extraña convocatoria
El
personaje se siente “convocado” por Kiki, pero también perturbado por lo que le
ocurre:
“Mientras
contemplo las gotas de lluvia, le doy vueltas a la idea de que formo parte de
algo. Y de que alguien llora por mí. Me resulta un mundo extremadamente
lejano. Como la luna o un lugar
parecido. Al fin y al cabo, es un sueño. Siento que, por más que estire el
brazo, por más que corra, nunca lo alcanzaré. ¿Por qué iba alguien a llorar
por mí? Da igual: ella me busca”. (pág. 13).
Pero
cuando llega a la fría Saporo, cubierta de nieve, no se encuentra con el viejo
hotel en el que vivió aventuras esotéricas con Kiki y conoció al que llama “el
hombre carnero” (un ser extraño que había aparecido en una de sus novelas
anteriores, “La caza del carnero salvaje”). Por el contrario, en ese lugar se
levanta un moderno, lujoso y de cierta manera gélido edificio, el nuevo hotel
Delfín.
Allí
conocerá a una recepcionista, Yumiyoshi, quien de a poco irá incidiendo
afectivamente en su vida y también volverá a ver (en unl mundo paralelo) al
hombre carnero, quien le pide que se deje llevar por los acontecimientos:
“Baila, no dejes de bailar, No pienses por qué lo haces. No les des vuelta ni
le busques significados (…) Si te pones a pensar las piernas se detienen”.
(p.109).
De manera
que “Baila, baila, baila” es en definitiva el acertijo de la existencia del
protagonista –sin nombre- que deberá ir dilucidando en su vida de adulto,
llevado por acontecimientos que no controla, y vinculándose con exóticos
personajes, especialmente con la adolescente Yuki, bella y con percepciones
extrasensoriales, el actor Gotanda (condiscípulo en su juventud), los padres de
Yuki y unas prostitutas que recuerdan más a vestales que a rutinarias
profesionales del sexo.
Una de
ellas, Mei, es asesinada y como en su cartera aparece la tarjeta personal del
protagonista, éste se convierte en sospechoso y se ve obligado a declarar
extensamente ante la policía, la que no deja de ejercer con él ciertos grados
de crueldad. Sin embargo, y a pesar de que no ha hablado, en un momento dado lo
dejan en libertad.
Silencio
cómplice
El
protagonista no habló para no comprometer a Gotanda, quien fue el que lo
vinculó con la prostituta, algo que el actor agradece profundamente porque una
historia así podría terminar con su carrera, todo el tiempo expuesta al
público, ávido de esa clase de noticias.
Sin
embargo, que no se piense que estamos ante una novela policial. Nada de eso, el
crimen de Mei es, digamos así, circunstancial, antes que como hecho criminal
tiene que ver con los “nudos” que se le presentan al publicista y que debe ir
resolviendo para toparse con esa “verdad” que lo aguarda al final de la
historia. Y esa verdad es la de encontrarse consigo mismo y con un camino
posible para su futuro.
Como
señalé, Murakami escribe a su antojo. No le parece para nada raro que los
padres de Yuki, que tiene 13 años, permitan que pase más tiempo con él que con
ellos. O que a nadie le llama la atención que la lleve a restaurantes, a bares,
hasta que le haga servir alcohol. No hay vínculos sexuales entre ambos pero en
caso de haberlo querido nadie se lo hubiera impedido.
A veces
reiterativo, con páginas –extensas- que nada dicen, demorándose más de lo
necesario, Murakami nos entrega con “Baila, baila, baila” otro capítulo de su
mundo, surrealista, a veces mágico, a
veces poético, pero también previsible y hasta con dificultades expresivas
(cuando plantea situaciones que no sabe bien cómo resolver).
El
escritor de las “cosas raras” no sorprende por sus excesos, sus reiteraciones.
A muchísimos les gusta, ya se dijo, y a no pocos críticos y académicos, tanto
que resultó sorpresa que no haya sido él sino otros los escritores que
obtuvieron en estos últimos años el Premio Nobel de Literatura. Cuando Murakami
se “contiene” (“After Dark”, sus cuentos de “Sauce ciego, mujer dormida”) suele
convencer, pero cuando se extiende más de la cuenta su música desafina. En
definitiva, un Murakami en estado puro.
….
Comentario sobre “Sauce ciego, mujer
dormida” (ed. or. 1996/2005; ed. esp. 2006)
Cuentos para tomar en cuenta
“Sauce ciego, mujer dormida”, de Haruki Murakami.
Tusquets Editores, Barcelona- Buenos Aires, 2006, 370 páginas. Traducción de
Lourdes Porta Fuertes. Precios actualizados: en España: 20 euros. En Argentina:148
pesos.
“Escribo cosas muy raras”, le decía años atrás Haruki
Murakami a Juana Libedinsky de “La Nación”, de Buenos Aires, en uno de
los escasos reportajes que ha concedido. Esas “cosas raras” que
escribe tiene muy dividida a la crítica, porque mientras muchos alaban su
tórrida imaginación, los mundos oníricos que plantea, que lo vinculan con el
orbe del director de cine David Lynch y lo colocan en un altar un tanto
discutible, otros sostienen que este autor elabora misterios que no ofrecen
explicaciones porque “su prosa no alcanza”.
Así lo afirmaba la argentina Eugenia Zicavo al
comentar una de sus novelas más alabadas, “Kafka en la orilla” (Tusquets, 2006).
Más allá de ello, aunque el propio autor considera que el cuento no es su
fuerte, dado que interpreta que él es fundamentalmente un novelista, contradiciendo
su punto de vista a nuestro entender es en el relato corto donde su narrativa
onírica, poco o nada realista, logra expresarse con mayor claridad y riqueza.
Esas cualidades quedan en evidencia, precisamente en “Sauce ciego, mujer
dormida”, en el que se han incluido cuentos escritos entre comienzos de la
década de 1980 y 2005.
Murakami “llegó tarde” a la narrativa, casi por
casualidad, luego de haberse dedicado a atender bares y a volverse un fanático
de jazz aunque nunca se transformó en músico. “Estaba en un partido de baseball
en Tokio, cerveza en mano, y al mirar al bateador pegarle a la pelota en una
jugada clave y luego de correr hasta la seguridad de la segunda base, me pasó
por la cabeza la idea de que yo podía ser escritor”, le contó a Libedinsky. También
admitió que a pesar del paso del tiempo y de haberse transformado en un
escritor profesional, frente al teclado de la computadora piensa que está ante
el teclado de un piano y que compone música.
Es obviamente difícil (más bien imposible) saber cómo
escribe Murakami en japonés para quien no domina ese idioma, aunque las
traducciones que se conocen en castellano se han tomado directamente del nipón,
vale decir que no ha existido la riesgosa “intermediación” de una tercera
lengua. Se sabe, no obstante, que su prosa es límpida y que escribe con
muchísima influencia del inglés-norteamericano, que no es sólo su segundo
idioma sino que fue el que utilizó para escribir sus primeras ficciones.
“Banana” Yoshimoto
El jazz, la cultura occidental, la literatura de esta
parte del mundo, el orbe pop, la cultura de masas, “informan” a la narrativa de
Murakami, tanto que despierta no pocas sospechas y rechazos en su país natal
donde, por otra parte, se lo liga a otro autor, en este caso autora, “Banana”
Yoshimoto, una escritora que comenzó antes que él y como una verdadera outsider con
su pequeña gran novela “Kitchen”.
Hay ligazones, porque en sus textos “Banana” habla de
un mundo poblado de fantasmas reales o posibles y que son –precisamente- los
que cada tanto emergen en los cuentos
de Murakami. Aunque, aclaremos, no se trata en su caso de fantasmas habitantes
de historias góticas, sino seres presuntos que acompañan al ser humano
para llevarlo hacia sitios y/o situaciones inhabituales.
Uno de los hallazgos narrativos del primer Murakami es
el cuento “La tía pobre”, escrito en los comienzos de los ’80 del siglo pasado.
En el relato, un escritor en ciernes imagina que carga sobre sus espaldas a una
tía pobre. “En todas las bodas hay una tía pobre –escribe Murakami- apenas se
la presentan a la gente, apenas si conversan con ella”. Cuando él carga con la
tía pobre nadie quiere acercársele porque esa mujer, ese “fantasma”, genera los
peores recuerdos o, sencillamente, deprime. Esa “tía pobre” no resulta una
buena moneda de cambio en un Japón que crece, que muta, que “vive a mil”, donde
cada quien busca el éxito y el sempiterno ascenso social. En el espejo que
supone la tía pobre, Murakami logra mostrar el rostro de un país arrojado a la
carrera del consumo y de los logros individuales.
El libro reúne 24 cuentos y por lo tanto otros tantos
registros, de resolución dispar. “Empiezo a escribir sin ninguna estructura,
apenas con alguna imagen o una serie de personajes que me interesan”, ha
señalado el escritor y que los cuentos le resultan un laboratorio experimental
para sus novelas. Así no puede sorprender que varios de ellos hayan servido de
base precisamente para sus textos más conocidos.
Lo que busca Murakami es lo “distinto”, las
inquietantes zonas oscuras de la
vida. Como ejemplo de lo que a él mismo le tocó experimentó comentó dos
anécdotas. En una de ellas un intérprete de jazz, en una sesión a la que el
autor asistió, terminó tocando dos piezas más que infrecuentes y que Murakami
deseaba intensamente escuchar (aunque nada había dicho al respecto). En la
segunda oportunidad en un local de discos viejos encontró una pieza también
poco conocida que llevaba el nombre de 4 menos 10. Al salir de la disquería
alguien le pidió la hora. Puntual: eran las 4 menos 10...
Los accidentes cortazarianos
Esos “accidentes”, las resonancias del azar, eran muy
buscados por Julio Cortázar en su vida cotidiana. El argentino decía que los
encontraba con cierta facilidad. Y con reiterada felicidad las supo volcar en
sus cuentos. Es evidente que a Murakami le cuesta más, sus textos se alargan
muchas veces sin necesidades internas y otras –como en el caso extremo de “El
mono de Shinagawa”- llega a lesionar el verosímil.
Pero, en general, en esta amplia selección de sus
relatos, la idea de contar “cosas raras” (“soy incapaz de sentir interés en
novelas que no causen desconcierto a los lectores”), es decir la de narrar lo
inusual de la vida, lo lleva a momentos de gran calidad narrativa (en el cuento
que da título al libro) y en otros a gestar válidas atmósferas o a hablar de
situaciones en la que lo extraño se hace presente de manera aceptable.
Otra constante tiene que ver con la soledad. En
efecto, la mayoría de sus personajes son seres que viven “en solitario” en la
gran ciudad y quienes con grandes dificultades logran establecer algún tipo de
contacto con el otro, ese otro que parece estar aguardándolo para
llevarlo o acercarlo a una dimensión desconocida.
Para quien guste del mundo de Murakami seguro que con
“Sauce ciego, mujer dormida” no saldrá defraudado. Y para aquellos que
mantienen distancias o cuestionamientos con su obra nos parece que vale la pena
recorrer estas páginas, en muchas de las cuales el escritor japonés da lo mejor
de sí.
….
Comentario sobre “Después del terremoto”
(ed. or. 2000; ed. esp. 2013)
Emociones en un mundo desesperanzado
“Después del terremoto”, de Haruki Murakami.
Tusquets, Barcelona-Buenos Aires, 2013, 190 páginas. Traducción de Lourdes
Porta. Precios actualizados: en España: 17 euros - En Argentina: 155 pesos.
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“Siento que mi trabajo como escritor es entrar
en lo más oscuro de mi ser, explorar las zonas más peligrosas y raras de la
mente sin ningún mapa o dirección, para sacarlas a la superficie y ponerlas
sobre papel”, ha declarado oportunamente Murakami. Publicados el año pasado en
nuestro idioma, los cuentos de ““Después del terremoto” fueron conocidos en
japonés en 2000,
es
decir cinco años después del violento terremoto registrado en Kobe (tierra
natal del autor),
que causó 6.500 muertos, miles de heridos y pérdidas multimillonarias.
que causó 6.500 muertos, miles de heridos y pérdidas multimillonarias.
Lo que nos cuenta no es crónica llevada a la
ficción, sino la incidencia que tuvo el fenómeno en diversas personas, a las
que el seísmo les terminó cambiando la vida. De cierta manera, esos pesonajes "alcanzan una especie de liberación o, incluso, yendo más lejos, una cierta purifcación", señaló oportunamente, y con acierto, la traductora Lourdes Porta.
Son cuentos en los que los personajes viven
situaciones infrecuentes, cuando no fantásticas. Algo que no puede sorprender
en Murakami, quien suele aportarle a sus historias inicialmente veristas dosis
de fantasía que conectan con mundos alternativos.
Como se dijo, los acontecimientos de Kobe
modifican sustancialmente el comportamiento de los distintos protagonistas de estas
historias. Así, en “Un ovni aterriza en Kushiro”, luego de haber estado varios
días como hipnotizada frente al televisor viendo las imágenes del desastre, la
esposa de Komura lo abandona, sumiéndolo en la perplejidad. Y, como manera de
salir de la sorpresa, el protagonista emprende un viaje a Hokkaido (viaje
impensado) que le permitirá conocer otros ambientes y personas. Y que quizás le
signifique el comienzo de un cambio profundo, enriquecedor.
Una forma de narrar
Murakami no es proclive a conceder
entrevistas, por eso resulta una rara excepción el largo
diálogo que mantuvo con la argentina Juana Libedinsky en septiembre de 2007.
Pese al tiempo transcurrido ese reportaje es central para entender su mundo,
que tiene tanto que ver con su fobia a ser reconocido (“lo que no quiero es que
la gente me reconozca en Tokio o no poder ir a las tiendas de discos viejos en
Estados Unidos”), su amor por el correr o el jazz o su manera de escribir: “Yo
quiero que mis lectores bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis
metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos
conciertos de jazz (…) Yo empiezo a escribir sin ninguna estructura”.
Por consiguiente, Murakami escribe “por
acumulación”, siguiendo el derrotero de sus siempre confundidos personajes. Le
ocurre con Komura, le pasa con la joven Junko, quien conoce a Miyake (en
“Paisaje con plancha”), un señor extraño procedente de Kobe (sobre la que no
quiere hablar, tampoco del terremoto) que vive para juntar leña y hacer grandes
fuegos en la playa (“el fuego tiene una forma libre y adopta la forma del
corazón que está mirando”). Y también acompaña a Yoshiya (en “Todos los hijos
de Dios bailan”), cuando éste persigue a un desconocido que podría ser su
padre.
Sus personajes resultan ser seres
extraordinariamente solitarios que viven en un mundo que parece (casi)
despoblado. Por ser Japón como es, una nación de estrecha geografía y con más
de ciento veinte millones de habitantes, es particularmente original (y a veces
un tanto caprichoso), que esas multitudes estén ausentes en los relatos. Es lo
que queda de nuevo evidenciado, notablemente, en los cuentos de “Después del
terremoto”.
Dichos seres, que parecen habitar un mundo postapocalíptico, deshumanizado, con
emociones a flor de piel que no logran canalizar ni transmitir al otro, son los
que terminan confiriendo a los relatos “murakamianos” un perfil posmoderno,
fuertemente individualista, marcadamente desesperanzado.
El mundo fantástico de Haruki
A un libro de Murakami nunca le falta la cuota
fantástica que a veces debilitan sus textos. Por suerte no ocurre en este
libro, y menos ocurre en el más fantástico de todos los cuentos del libro,
“Rana salva a Tokio”, en el que –en efecto- una Rana de enorme tamaño que sólo
puede ver Katagiri, oscuro empleado de una caja de créditos, se le presenta
para que la ayude a luchar contra un gigantesco gusano que produce los
terremotos. Murakami mezcla los hechos cotidianos con las alucinaciones (o no)
que afectan a Katagiri, sin que su historia se desborde o se vuelva
incoherente. Por el tema que trata, por los cambios de escenarios que produce,
“Rana salva a Tokio” es todo un ejercicio narrativo del que el autor sale muy
bien parado.
Como también le sucede con “Tailandia”, país
que visita la médica Satsuki, quien prácticamente ha huido de Japón para tratar
de reencontrarse consigo misma (y también huir del recuerdo de su exmarido,
residente en Kobe). En este caso, el personaje recibe las influencias de un
viejo chofer que la conduce por la tierra desconocida y termina llevándola ante
una anciana que, con sus peculiares consejos, la ayuda a superar determinadas
obsesiones que la atormentan. Como bien dijo Lourdes Porta, estos cuentos
también apuntan a esa especie de liberación personal que tanto le interesa a
Murakami.
El último cuento del libro es “La torta de
miel” y habla de una historia amorosa, la de Sayoko y Junpei, que se demora
años en concretarse porque hay un tercero en discordia, Takatsuki, el marido de
Sayoko, padre de la pequeña Sara, afectada por las imágenes del terremoto de
Kobe (y por una suerte de fantasma que se ha desprendido de ella). La timidez
de Junpei, los conflictos que plantean la amistad y el amor cuando ambos
colisionan, la misma creación literaria (Junpei es escritor), confluyen en este
buen relato que termina con una leve apelación a la esperanza.
No se entiende por qué la editorial Tusquets,
que publica toda la obra del autor japonés, haya demorado tanto la edición de
“Después del terremoto”. Pienso que quizás se deba a que las novelas tienen
mayor aceptación. Sin embargo, estaba el buen antecedente de “Sauce ciego,
mujer dormida”, un anterior libro de cuentos de Murakami, que ya certificaba su
solvencia como autor de textos breves.
….
Comentario sobre “After Dark” (ed. or. 2004;
ed. esp. 2008)
Alphaville en Tokio
“After Dark”, de Haruki Murakami. Tusquets
Editores, Barcelona, Buenos Aires, 2008, 248 páginas. Traducción de Lourdes
Porta Fuentes. Precios actualizados: en España: 17 euros - En Argentina: 155 pesos.
A Haruki Murakami The
Times de Londres lo llamó, no sin ironía, “el escritor más cool del
mundo actual”, en tanto que a muchos les abruma su “sobreoccidentalización”
(según el mismo medio británico). Ocurre que Murakami no ha “llegado” al libro
por los caminos propios de la literatura, sino que se ha nutrido de la música
de Occidente, especialmente del jazz, y de las costumbres más frívolas o
triviales del propio Occidente. Es, como ejemplo, un fervoroso deportista,
especialista en triatlón y en maratones.
No en vano, el autor
reconoce en Manuel Puig a una de sus máximas influencias, pero mientras Puig
tuvo la notable habilidad de transformar esas presuntas puerilidades en obras
maestras, no resulta tanto así en el caso de Murakami, quien si bien logra alto
impacto en sus lectores (especialmente entre los más jóvenes), tiene evidentes
dificultades para arribar a cotas mayores. De cierta manera al escribir una
literatura que se mixtura con el cómic, termina ofreciendo muestras de una
literatura “liviana” que no logra ir más allá de sí misma.
Sin contradecirme,
interpreto que “After Dark” es una novela atractiva, con menos intenciones
trascendentes pero más logros que el trabajo anterior de Murakami: “Kafka en la
orilla” (de 2002).
.
Las
emociones prohibidas
“After Dark” encuentra a
sus escasos y solitarios personajes en la noche de Tokio. Como los habituales
protagonistas de las historias de Murakami ellos se muestran descentrados, desorientados
en un mundo que resulta casi ingrávido, carente de un “centro” vital. No por
casualidad y como bien advierte Pedro B. Rey en Adn Cultura de La Nación, en la
novela un hotel por horas lleva el emblemático nombre de “Alphaville”, ciudad
en la que estaba prohibida cualquier muestra de emoción.
El dibujo de un reloj
ubicado en el comienzo de cada capítulo señala el lento paso de las horas en
esa noche en la que los distintos personajes van expresando “la forma” de su
soledad. El primer encuentro que narra es el de la muy joven Mari (que ha
perdido un tren y se propone quedar leyendo toda la noche en un bar), con
Takahashi, un alto y desgarbado2 músico de jazz que esa misma noche se
propone dejar la música porque “hasta ahí ha llegado y sabe que no podrá subir
más allá de la cuesta, para salir de la medianía.
El “no lugar” de Augé
resulta la verdadera locación de la novela. Nada aparece para la
identificación, la identidad: el bar es uno de los tantos de la cadena Denny’s,
el hotel por horas donde también transcurre la ficción no permite,
precisamente, la intimidad. El “todo” son los negocios “sin alma”, las calles despobladas,
las frías luminarias, los escasos desconocidos que transitan la noche tokiota.
El “Alphaville” de Jean-Luc
Godard pero también el ambiente que trasunta “Lost in traslation” (“Perdidos en
Tokio” se la tituló en la Argentina; película dirigida por Sofía Coppola),
pueden sintetizar perfectamente el mundo de Murakami, en general, y muy
particularmente el de “After Dark”.
Un tercer personaje se suma
a la galería: es la “corpulenta, pero no gorda” Kaoru, encargada del hotel a la
que se agregarán la prostituta china Guo Donli, la sirvienta Kôrogi, un (nada
menos que) representante de la mafia china y el empleado que vive
la extrema soledad de la noche en su oficina tan ascética como si fuera un
símil de nave espacial.
El
sueño profundo
Inteligentemente, Murakami
guarda espacio para un “otro lado” inquietante, indefinido, propio de la
literatura fantástica. Como narrador se reserva el derecho de no ser explícito,
de informar sobre los extraños acontecimientos que giran en torno a Eri, la
bella modelo hermana de Mari, quien duerme un sueño profundo y prolongado, por
causas desconocidas.
El autor sabe cómo
inquietar a sus lectores, colocarlos en medio de la Ciudad, desnuda,
“plástica”, indiferente a toda emoción. El narrador “neutro”, objetivo, que
cuenta estas historias y que parece copiarse de las voces de las viejas
películas gordadianas, también de las imágenes de la hoy antigua nouvelle
vage, resulta más que apropiado para “informar” sobre el presente tiempo
líquido, de ausencia de certezas, del que nos habla Zygmunt Bauman y que
parece cubrir como pátina este nuestro mundo y que logra reflejar en After
Dark.
En un momento dado el
personaje de Eri será abducido por un
televisor que, aunque desenchufado, igual funciona y trasladado a la oficina
del solitario empleado quien -a su vez- ha agredido gratuitamente a la
prostituta y empieza a ser buscado por la mafia china (a la que la mujer
pertenece, casi como objeto) para vengarse de él.
“After Dark” está “plagada”
pues de situaciones extrañas, pero todas ellas tenderán a diluirse con el
regreso de la mañana, de la luz, y la ciudad deja de ser inmensa, temible,
hasta casi no corresponderse con la imagen de ese “gigantesco ser vivo”, tal
como se la presenta en el comienzo de la novela.
Así, nuevamente, Murakami
plantea historias, genera atmósferas personales, más que atractivas, pero deja
en el medio camino al lector que quisiera saber más de lo que termina de leer.
“Escribo cosas muy raras”, dijo. Es todo una definición, pero también un sistema
de defensas cuando se le reclama ese “algo más” que sus novelas no terminan de
entregar.
Notas: en el blog Papel
en Blanco se encuentra traducido el artículo íntegro de The Times.
….
Comentario sobre “De qué hablo cuando
hablo de correr” (ed. or. 2007; ed. esp. 2010)
La gimnasia, objeto de meditación
“De qué
hablo cuando hablo de correr”, de Haruki Murakami. Tusquets Editores,
Barcelona-Buenos Aires, 2010, 230 páginas. Traducción de Francisco Barberán
Pelegrín. Precios actualizados: en España: 17 euros - En Argentina: 116 pesos.
Si bien el
título de “De qué hablo cuando hablo de correr”, quiere ser un homenaje a
Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”), su tema central es
considerablemente ajeno al campo de la ficción dado que refiere, en lo básico,
a las experiencias del narrador nipón en las maratones que ha corrido, así como
a otras extremas pruebas físicas a las que se somete de continuo a pesar de su
edad actual (Murakami nació en 1949 y el libro fue escrito cuando tenía 58 años).
Es cierto
que el autor de “After Dark” intenta en distintos pasajes del libro unir su
actividad física con sus inquietudes literarias, llegando a afirmar que
“escribir una novela se parece a escribir un maratón”, pero nos resultan
afirmaciones excesivamente subjetivas, cuando no temerarias, como cuando expresa:
“La mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por
la calle cada mañana”.
En
puridad, difícilmente por el sólo hecho de correr se adquieran conocimientos de
escritura o de cultura, o de la vida misma. Hubiera tenido más sentido si
dijese que al correr reflexionara sobre la literatura, pero no es eso lo que ha
querido significar.
Murakami
comenzó a correr en los ’80 del siglo pasado, vale decir en el mismo tiempo en
que decidió volverse escritor, luego de haber regenteado un bar y haber sido un
fanático “consumidor” de jazz, puesto que no practica ningún instrumento.
Todo empezó en Maratón
Su primera
experiencia como maratonista la llevó adelante en la mismísima Grecia,
corriendo en solitario entre Atenas y Maratón (vale decir, a la inversa de cómo
se desarrollaba la histórica competencia entre ambas ciudades) De ahí en más,
nunca dejó de practicar ese deporte de resistencia, hasta el presente.
¿Por qué
lo hace, por qué, tanto esfuerzo? No hay un exceso de explicaciones, quizás
porque Murakami, al estilo de su admirado Manuel Puig, no se esfuerza demasiado
para mostrarse un hombre reflexivo, un “profundo” intelectual.
Cuando
Jesús Ruiz Montilla, de “El País”, lo interrogó sobre las sensaciones que tenía
al correr, el escritor respondió: “Dejo mi mente en blanco, aunque
a veces me asaltan cosas. Me gusta vaciar mi cabeza. Sólo me preocupo de
correr, de ver el paisaje, de sentir el aire”.
Esta respuesta se ajusta más a lo que
centralmente cuenta en los nueve capítulos y un epílogo escritos entre 2005 y
2007. En ellos explica sus distintas experiencias relacionadas con las
maratones que disputó –más en rigor, de las que participó, porque no ha sido su
intención ganarlas-, así como a sus experiencias en el triatlón, otra
disciplina que practica con casi envidiable tesón.
Extrañamente, el libro aunque obviamente
monotemático no es aburrido ni reiterativo. El autor de “Kafka en la orilla” se
encarga de contarle al lector cómo han sido sus esfuerzos para superarse y
lograr correr largas extensiones, durante horas. Su simple intención es la de
cumplir consigo mismo, llegar a la meta. Esos esfuerzos –vistos desde afuera- pueden
resultar un tanto gratuitos, pero el escritor no busca hacer prosélitos sino
contar sus experiencias. Y mientras lo hace reflexiona:
“Al menos siempre quedará el hecho de haber
realizado el esfuerzo. Tendrá su utilidad o no, será o no atractiva a los ojos
de los demás pero, en definitiva, lo más importante es algo que no puede verse
con los ojos (aunque sí sentirse con el corazón) Tal vez sean tareas y
actividades vanas, pero jamás estúpidas. Eso pienso yo. Pienso así tanto por mi
sentir, como por mi experiencia”.
Antes
señalamos que Murakami procura, en varios pasajes de este libro “memorialista”,
vincular escritura con maratones, pero sin lograrlo. Para dar un ejemplo,
extremo pero ejemplo válido, las supuestas correspondencias entre novela y
maratón no serían aplicables a un Marcel Proust, precisamente…
Más allá
de sus posiciones un tanto caprichosas, queda este libro sobre el Murakami ha
dicho: “Creo que esta obra aborda unos cuantos aspectos que, aunque no puedan
calificarse de ‘filosóficos’, si son al menos una especie de reglas de experiencia”.
Una manera de encarar la vida, entonces. Otra forma de saber más sobre el autor
de esas “cosas raras” que escribe sin solución de continuidad.
….
Comentario sobre “1Q84” (ed. or. 2009/10;
ed. esp. 2011)
La agitada imaginación de Haruki Murakami
“1Q84”, de Haruki Murakami. Libros I y II, 737
páginas. Libro III, 414 páginas. Tusquets Editores, Barcelona-Buenos Aires,
2011. Traducción de Gabriel Álvarez Martínez- Precios actualizados: en España: tomo
I 26 euros; tomo II 22 euros. En Argentina: tomo I 305 pesos; tomo II 249 pesos.
….
“1Q84” ha
sido hasta el presente la novela más exitosa de Haruki Murakami, ha agotado
millones de ejemplares en su país natal y sus ventas se han visto multiplicadas
en el mundo. La novela está dividida en tres libros. En castellano se
conocieron los dos primeros en un solo volumen y más tarde el tercero y último.
Murakami
escribe sobre hechos extraños que afectan a seres solitarios ínsitos en un
mundo que no ofrece certezas y que se muestra carente de emociones. Como varias
veces hemos indicado que pese a transcurrir en Japón, uno de los países más
poblados del mundo, las multitudes suelen estar ausentes en sus novelas.
Por lo
tanto, se podría decir que sus personajes se mueven en el “no lugar” de Marc
Augé. En efecto, los espacios se muestran desolados, y aunque no lo estén, los
“humanos” se exhiben a la distancia, como ausentes, espectadores de lo que les
ocurre a los personajes centrales de las historias.
Ocurre en
“1Q84”, una historia que transcurre inicialmente en el 1984 orwelliano y
que de a poco se transforma en ese mundo alternativo que Murakami denomina
“1Q84”, un nombre caprichoso, que nace del hecho de que el número 9 y la letra
Q “suenan” de la misma manera en japonés.
Aomame,
especialista en estiramientos musculares, es también una suerte de “vengadora”
que mata a hombres inescrupulosos. Tengo es el otro protagonista. En su caso se
trata de un escritor aún inédito que busca su lugar en el mundo. Murakami
escribe capítulos que, alternativamente, protagonizan Aomame o Tengo. Aunque la
verdadera protagonista termina siendo
la novela fantástica que ha escrito una jovencita de 17 años, Fukaeri, y a través de la cual se penetra en el mundo
alternativo de “1Q84”.
Más Carroll que Orwell
Acierta Jesús Ferrero en “El País” al afirmar
que el imaginario de Murakami le debe más a Lewis Carroll que a George Orwell. También a nuestro entender, Murakami muchas veces
sigue las huellas que ha dejado el cómic, cuando no el Manga nipón, para narrar
sus historias fantásticas.
Ocurre en
“1Q84”, en la que la novela de la muy joven Fukaeri va abriendo las puertas del
mundo alternativo. La novela se titula “La crisálida de aire” y en ella
aparecen unos hombrecitos, especie de gnomos, llamados “la Little People”, que
perturban al mundo y que terminan siendo la representación del Mal.
Sorprendido
por la originalidad de la novela, enviada a un concurso literario, el editor
Komatsu le confía a Tengo su reescritura, para potenciar sus aciertos y hacer
desaparecer sus defectos. El lector se enterará más adelante que Fukaeri es
disléxica y que por eso ha dictado la novela. Y también sabrá que en ella se
limitó a describir un mundo tan alternativo como “cierto”.
La novela
comienza de manera llamativa, queremos decir atractiva. Aomame se ve de pronto
en medio de un atasco o embotellamiento
de tráfico o tránsito, en una autopista, y debido a que está apurada acepta
hacer algo inusual: bajarse del taxi en el que se encuentra y descender por una
escalera de emergencia que tiene la autopista. Lo hace ante el desconcierto y
las miradas acusatorias que le dirigen desde los vehículos detenidos.
Por ese
medio, podrá ingresar a un mundo alternativo, porque desde ese momento
comenzará a advertir alteraciones, pequeñas al comienzo, más acentuadas luego,
en su vida de todos los días. Aomame comprobará, tardíamente, que la policía ha
cambiado su uniforme y que porta armas de alto poder de destrucción, novedad
sobre la que no había tenido noticias. Tampoco sobre diversos hechos notorios
que conoce la población pero que ella ignoraba. Y, en tanto, continuará con la
criminal misión de “desfacer entuertos” quitándole la vida a hombres
deshonestos. Tengo demorará más su ingreso a ese 1Q84.
El Sajalín de Chéjov
Murakami
es un tanto impreciso cuando intenta explicar sus historias a través de
símiles, de metáforas. En la novela dedica un cierto espacio a Chéjov y a la
visita que el escritor ruso hizo a la isla de Sajalín, en 1890,un lugar remoto
que históricamente han disputado Rusia, China y Japón. Se ignora qué buscaba
Chéjov con esa peregrinación, aunque quizás intentó –como sugiere Murakami-
realizar una suerte de viaje iniciático que lo “purificara” de los males de la
gran ciudad de Moscú, especialmente de “toda la mugre literaria”.
En Sajalín
encontró una comunidad indígena, los guiliacos, que vivían al margen de la
sociedad sin tener la menor intención de integrarse a ella. Así, cuenta Chéjov,
no comprendían el concepto de carretera y se desplazaban por la taiga siguiendo
sus propios y ancestrales derroteros. Es ese mundo sosegado, donde los
“primitivos” siguen sus propios impulsos al margen de las pautas de la
civilización, el que conquistó a Chéjov, el que también busca Murakami, un
sosiego que no brinda la sociedad actual, abigarrada, consumista y
desconcertada.
Dijimos
que el escritor japonés no suele elaborar buenas metáforas y, que sus
reflexiones a veces resultan hasta pueriles, pero sin embargo nos parece que es
el dibujo total el que se impone, dibujo de seres indefensos moviéndose sin
brújula en un mundo que no los contiene, donde el Mal es omnipresente.
Una muy agitada
imaginación
En el tomo III de “1Q84”, la novela acentúa la
ligazón con el cómic –más estrictamente, con el “manga” japonés- y continúa
narrando la historia -en capítulos alternativos- las peripecias de Aomame y Tengo
(que siguen buscándose) y añade a ellos a un detective, Ushikawa, quien debe
ubicar a la mujer por orden de una secta, Vanguardia.
En tanto, otro personaje que resultó
fundamental en la primera parte de la novela, la adolescente Fukaeri, va
perdiendo protagonismo hasta no tenerse más noticias de ella. Eso es así porque
ha cumplido un rol instrumental, primero poniendo en circulación su novela “La
crisálida del aire” y más tarde ejerciendo un papel fundamental para la más
vinculación de Aomame y Tengo.
La novela supuestamente imaginada por Fukaeri
en realidad reflejaba al mundo alternativo denominado 1Q84. A ese mundo, por
disímiles razones, han ingresado Aomame y Tengo y ambos, por distintos motivos,
intentan escaparse de él sin lograrlo.
Un
sustancial cambio de perspectivas
Mientras que en los libros 1 y 2 de la novela
hay una mayor intensidad, de ideas, de escenarios, de “sucesos”, se verifica
mucha menos “acción”, más una notoria intencionalidad poética, lírica, en el 3,
en el que, en mayor o menor medida, van resolviéndose los enigmas que Murakami
nos ha ido planteando en su enrarecida historia.
El cambio de perspectivas es significativo.
Tanto, que en la primera parte Aomame es una asesina despiadada y una
insatisfecha sexual que busca aventuras en los hoteles. Tengo, a su vez, cumple
con la misión prácticamente secreta de volver más comprensible a “La crisálida
del aire”, lo que logra desde el anonimato y haciendo que Fukaeri se transforme
en una estrella literaria.
Pero en el libro 3 todo eso se diluye.
Fukaeri, como ejemplo, puede esfumarse sin inconvenientes y sin que eso
implique un acontecimiento periodístico, a pesar de haber tenido un triunfo de gran
resonancia pública con su libro. Y, respecto de éste, mientras en la primera
parte Tengo logra reescribirlo en el anonimato debido a que el editor Komatsu
logró evitar toda filtración, en el libro 3 no hay personaje que ignore quién
ha sido el verdadero autor del bestseller.. Contradicciones que si bien pueden
molestar al lector de “1Q84”, no parecen importar a Murakami.
No son los únicos cambios evidenciados en la
novela. Así, mientras que Aomame debió exponerse al máximo para llegar al líder
de la secta y terminar con él, le basta confinarse en un departamento anónimo
para superar todos los peligros. Y dejar de lado su personalidad compleja, que
conjugaba a la sensual insaciable, la asesina implacable y la siempre
insatisfecha gimnasta. Hay un motivo central para ello, que nos abstenemos de
precisar, pero igual el cambio en su personalidad resulta tan radical como
desconcertante.
Tengo, a su vez, abandona también de raíz sus
proyectos literarios (estaba escribiendo una novela a la que dedicaba todo su
tiempo) para trasladarse a una lejana ciudad donde se encuentra internado su
padre, en estado de coma.
¿Fealdad
y maldad son sinónimos?
La “acción”, por llamarla de alguna manera,
queda en manos del detective Ushikawa, quien al no poder ubicar a Aomame porque
no la conoce opta por seguir los pasos de Tengo, alquilando un departamento
desde el cual puede vigilar al escritor.
Murakami describe a Ushikawa como un ser
deforme, de baja estatura, piernas débiles y gran cabeza. Lo que resulta
chocante es que también lo presenta como a una persona perversa, como si
fealdad y maldad fueran sinónimos, signos distintivos y concurrentes.
Preocupante, porque trasunta una visión “lombrosiana” de las personas y esa
forma de pensar puede derivar en prejuicio y racismo. Y más malo aún por la
influencia que Murakami tiene entre los jóvenes.
Porque es, precisamente, “juvenil” este
“1Q84”, con sus historias de misterios, de sectas infranqueables, de erotismo
de hoteles, de crímenes y de mundos alternativos. Esto, a nuestro juicio, es
menos interesante que otras historias murakamianas, más allá del éxito masivo
que ha tenido en el mundo entero.
Ocurre que cuando Murakami aborda ficciones
acotadas, como pasa en sus cuentos de “Sauce ciego, mujer dormida” o en su
anterior novela, “After Dark”, obtiene mejores logros. Pero al narrar sin
ataduras, de la manera alucinatoria evidenciada
en este caso (o como ocurriera en “Kafka en la orilla”), muchas veces se
desnorta, dando la sensación de haber escrito un tanto de más, de no saber
cerrar aquello que antes ha abierto, hablando en términos narrativos.
De determinada manera, Aomame y Tengo superan
las barreras y obstáculos que se les han ido presentando para impedir su salida
del mundo alternativo, pero lo inquietante, aquello que sigue siendo enigma,
queda latiendo en el “más allá” de “1Q84”, por lo que cabe preguntarse si estamos
ante el final de la saga. O apenas un descanso en la agitada vida de ambos
personajes. Y en la agitada imaginación de Haruki Murakami.
….
Comentario sobre “Los años de
peregrinación del chico sin color” (ed. or. 2013; ed. esp. 2013)
Una segunda (probable) y terrible historia
“Los años de peregrinación del chico sin
color”, de Haruki Murakami. Tusquets Editores. Barcelona, Buenos Aires, México,
2013, 314 páginas. Traducción de Gabriel Álvarez Martínez. Precios
actualizados: en España: 19,95 euros. En Argentina: 205 pesos.
….
Con Haruki Murakami, ya se sabe, hay mucha
operación de prensa. El lanzamiento de ésta, su última novela, se realizó en
Japón de manera similar a como se ponen en venta las novedades de computación o
como ocurría con los libros de Harry Potter. Esto es, con gente esperando la
apertura de los puestos de venta para arrojarse en masa a adquirir la novedad.
En esa ocasión y de inmediato se vendieron quinientos mil ejemplares. La salida
de la edición en castellano no tuvo esas características, pero sí hubo
considerable prensa previa y una venta en simultáneo, el mismo día, en
prácticamente todos los países de habla hispana.
Es cierto, desde mi perspectiva, que el
marketing suele estar reñido con la creación artística (sobre lo que viene
advirtiendo Vargas Llosa al hablarnos de la sociedad del espectáculo) y por
consiguiente ante la “novedad” lo que corresponde es abrir anticipatoriamente
el paraguas. Sin embargo, pese a todas las prevenciones, “Los años de
peregrinación del chico sin color”, aunque no es una obra capital, no me resultó
un fiasco.
Ya se sabe, en sus ficciones Murakami corre
siempre muchos riesgos. A veces articula historias que acuden tanto a lo
“sobrenatural” que terminan siendo relatos fallidos. Cuando restringe su
imaginación o, en todo caso, la controla con mayor rigor, los resultados son
más felices. En el primer caso, “1Q84”, en el segundo, “After Dark”.
El manga, lo fantasmal, las historias que
conectan con el “otro lado” cortazariano, son constantes en sus relatos.
También están presentes en esta nueva historia de solitarios, pero con un
manejo más sutil, para nada estridente, en un texto sugerente que se niega a
ser totalmente explícito.
Todo comienza en Nagoya
Nagoya es la cuarta ciudad de Japón, con más
de dos millones de habitantes. Sin embargo, Murakami la presenta como una
población muy provinciana, frustrante. En esa ciudad nació y vivió su
adolescencia el “chico sin color”, Tsukuru Tazaki, protagonista excluyente de
la novela. En esos años jóvenes tomó contacto y conformó un sólido grupo con
otros dos muchachos y dos chicas, identificados cada uno con un color en razón
de sus nombres: Aka (rojo), Ao (azul), Shiro (blanco) y Kuro (negro).
El nombre de Tsukuru no equivle a ningún color
y eso, absurdamente, lo hizo sentirse siempre distinto, como vacío. Sin
embargo, sus amigos no hacían con él diferencias y lo integraban a sus
proyectos. Hasta que en un momento determinado, cuando él ya había comenzado
sus estudios en Tokio, le pidieron que no se reuniera más con ellos, sin darle
explicaciones. Para Tsukuru fue una insólita decisión, pero
temiendo sufrir más no pidió las aclaraciones del caso.
Aunque durante un tiempo se sintió casi
inservible y estuvo a punto de dejarse morir, se sobrepuso. Pasaron los años,
Tsukuru se volvió un eficaz técnico, experto en estaciones de trenes, conoció a
distintas personas, especialmente a un muchacho, Haida, con quien de súbito
dejará de tener todo contacto, y –ya mayor- también conocerá a una mujer
japonesa de (aparente) nombre occidental, Sara. Y aunque su residencia en Tokio
será definitiva (y sus viajes a Nagoya muy esporádicos, sólo para ver a su
familia), en él nunca cerró la herida que le significó la ruptura con quienes
fueron sus amigos en la adolescencia.
Ante las insistencias de Sara, y a pesar del
tiempo transcurrido (unos veinte años), Tsukuru emprenderá la “peregrinación”
del que habla el título del libro, “peregrinación” que lo llevará hasta
Finlandia, para aventar los fantasmas que aún lo asedian.
“Noticias” de “el otro lado”
Por motivos que en este comentario es mejor no
explicitar, uno de los antiguos amigos es quien más ha desconfiado de Tsukuru.
Tanto que llegó a decir que tenía “una terrible cara oculta que nadie
sospecharía que se esconde detrás de su cara más amable”.
Es en el plano de lo que pudo haber ocurrido
con Tsukuru, con aquello vinculado a –digamos- su lado más oscuro, donde
Murakami se esmera. En principio, respecto de aquello que más se explicita, es
decir las críticas que recibe el protagonista no parecen tener justificativos,
pero, en un segundo plano, como una suerte de inquietante telón de fondo, puede
haber ocurrido que su doble haya perpetrado iniquidades.
Es la ambigüedad de la ficción la que lo
salva, en el sentido de que hace retroceder sus posibles debilidades. Una de
ellas tiene que ver con la morosidad innecesaria; otra, con relatos secundarios
que no terminan de fusionarse sin contratiempos con el central, como a mi
entender ocurre con toda la etapa en que Tsukuru y Haido se vuelven íntimos
amigos.
Dejando de lado las figuras que Murakami
quiere que sean poéticas y epigramáticas sin conseguirlo del todo
(“permanecieron silenciosamente abrazados, como dos bailarines que detienen de
pronto sus movimientos y dejan fluir el tiempo”), persiste la ambigüedad, así
como la presencia presunta o cierta del Mal, la probabilidad de una segunda,
terrible historia, que parece situarse detrás de los personajes. Que le hace
señas al lector, persistente, persuasivamente.
....
Video: Haruki Murakami entrevistado en Barcelona, en noviembre de 2011 (subtitulado en castellano)
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