"El nombre del juego es muerte", de Dan J. Marlowe. Sin aliento


“El nombre del juego es muerte” (“The Name of the Game is Death”), de Dan J. Marlowe. La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2015, 220 páginas. Traducción de Carlos Gardini. En Argentina: 187 pesos.
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Roy Martin podría repetir las palabras del famoso delincuente Dillinger: “Vivo para el crimen”, porque él es un asaltante de bancos, un verdadero profesional en esa especialidad, que tiene una puntería infalible y no vacila a la hora de matar. Menos, cuando tiene que cobrarse alguna venganza.

“El nombre del juego es muerte” también podría haberse titulado “Sin aliento”, porque no hay pausas ni respiros en la alocada carrera de Roy, que en la novela comienza cuando con su compañero Bunny roba un banco en Phoenix, Arizona, donde ambos matan a dos guardias y se quedan con una bolsa cercana a los 200 mil dólares, una fortuna en los años ’60 del siglo pasado, cuando transcurre la historia.

A partir de allí será una fuga hacia delante que se saldará con nuevas muertes y que, por otra parte, llevará a Roy a un punto muy distante, Hudson, en el estado de Florida, donde ha ido a buscar refugio Bunny, porque algo grave le ha pasado a éste y Roy se ve obligado a llegarse a ese lugar para averiguar qué ha ocurrido con su compañero.

Los dos saben lo que es la lealtad en un mundo que no concede tregua y que obliga a vivir al máximo, en los límites. Otro título posible sería el remanido de “rápido y furioso”, aunque el pistolero sabe tascar el freno, pensar y actuar en consecuencia, por ser muy consciente de que cualquier paso en falso le puede significar la muerte.

“Giró hacia el Ford. Abrió la
parte trasera y oí que revisaba
el asiento. Yo le había pagado
con billetes de cien. El botín
tenía que estar en el coche”.


Un amoral

“-Usted es un amoral –me dijo el psiquiatra de la prisión-. No respeta la autoridad. Sus valores no son civilizados”, cuenta Roy (la historia está narrada en primera persona). Un amoral, que nunca justifica sus acciones, aunque cuando rememora su pasado tiene mucho para explicar, especialmente lo conflictivo que le resultó vivir con su familia, de la que escapó cuando era un adolescente para nunca más volver.

Roy es vengativo. Se vengó de un compañero de escuela que adrede soltó a su bóxer durante una exhibición y que de un solo mordiscón mató a su gata preferida. Después hizo lo propio con tres policías que le amargaron su vida cuando aún vivía con su familia. Y luego, cuando advirtió que su padre no daba pelea y que se dejaba vencer por las circunstancias, dejó su casa sin vacilación ninguna, confiando sólo en sus fuerzas.

En el “presente” de la novela, el protagonista recibe un balazo al asaltar el banco y pese a esa herida no trepida en recorrer caminos interminables, incursionando en pueblos desagradables y con habitantes más desagradables aún. Y metiéndose en problemas, de los que suele salir bien parado, pero acumulando crímenes. Él, como le dijeran en prisión, es un caso perdido y lo sabe. Sólo le queda la alternativa de sobrevivir.

Hasta que, por fin, llega al pueblo de Florida donde se ha perdido su socio y amigo. Pero debe disimular las razones de su presencia y es por eso que toma contacto con algunos poderosos a quienes les arregla sus jardines, porque entre los múltiples oficios que ha aprendido a lo largo de su vida figura el de jardinero.

“Subí al bote y puse el motor
en marcha. Lo aceleré varias
veces. Luego reduje la marcha.
No tenía la menor intención de
perderme en el pantano”.

A sangre y fuego

Así como la novela comienza a sangre y fuego, de esa forma también concluye. O, en todo caso, termina su penúltimo capítulo. El último plantea interrogantes sobre el futuro de este hombre joven que puede perderlo todo, menos su decisión de pelear hasta el último instante, aunque las posibilidades de “triunfar” en el camino emprendido vayan reduciéndosele momento a momento.

Por supuesto, poco se puede contar tratándose de una novela policial que cumple con todos los requisitos del género, en el sentido de que hay reiteradas intrigas que se le plantean al personaje central y que las resuelve. Claro está que a su modo, vale decir con extrema violencia y ningún sentimiento de culpa.

Dan J. Marlowe escribió una veintena de libros policiales, los que en su gran mayoría no se conocen en nuestro idioma. Creó a un detective, Johnny Killian, y en su tiempo (y en los Estados Unidos) despertó interés con sus historias, de las que se destaca esta afiebrada “carrera hacia la nada”, narración alejada de la moral y de las buenas costumbres, donde nadie parece recordar que vivir en la legalidad es, o debería ser, lo propio del ser humano. En cambio, en estas páginas sólo hay lugar para los juegos letales, mientras la ley desaparece y las lealtades se deslíen.

En un artículo dedicado al autor, Joseph Hoffmann indica que Marlowe se veía a si mismo como “un contador de historias” que buscaba narrar ficciones que compitieran nada menos que contra la televisión y que resultaran más apasionantes que lo que pudiera mostrar la pequeña pantalla (“Mistery File”, noviembre 2004). Era un propósito ciclópeo pero que a él le dio resultado, porque fue en los ’60 un escritor muy exitoso. Sin duda debe haber contribuido su estilo, de breves frases, como tableteo de ametralladora, que Carlos Gardini –con su reconocido buen oficio de traductor- ha sabido trasladar con habilidad a nuestro idioma. Todo un logro.
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La presente novela impresionó hasta a quien era el ladrón de bancos más famoso de los Estados Unidos en la época, Al (Albert) Nussbaum (foto). Desde su prisión en Nueva York, utilizando el nombre de “Carl Fisher”, Al envió cartas al escritor, alabando el libro, porque le asombraba la destreza en el manejo de la trama; creía que la historia estaba parcialmente inspirada en Bobby “One-Eye” Wilcoxson, portador de una ametralladora letal para custodios de cualquier tesoro. Terminaron siendo amigos. Nussbaum, en materia literaria, era un buen alumno. Marlowe visitó tantas veces la cárcel que hasta despertó las sospechas del FBI: le interesaba conocer algunos secretos del mundo criminal para nutrir sus futuras novelas, historias que terminó volcando en dos de sus historias.
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“-¡Caimán!- grité, y señalé a la derecha.
-¿Dónde?- gritaron al unísono. Dientudo se volvió hacia donde yo señalaba, Manny se levantó para mirar. Aceleré a fondo y apunté a la izquierda. El bote se ladeó a babor mientras corría entre los árboles. La rama baja le pegó a Manny en el pecho. Cayó de la plataforma como un cubo de hierro saltando de un trago derramado. Salió despedido hacia el árbol de la derecha. A pesar del rugido del motor, oí el chapoteo que hizo al estrellarse en el fango”.
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Perfil

Dan J. (James) Marlowe nació en Lowell, Massachusetts, en 1914, hijo de un mecánico de imprenta, se recibió de contador en una escuela de finanzas de Boston en 1934 y vivió alternativamente como jugador profesional (póquer, caballos) y gerente de oficina hasta 1956, cuando, después de la muerte de su esposa, decidió probar suerte con la literatura. A finales de 1958 ya había publicado sus dos primeros libros, “Doorway to Death” y “Killer with a Key”, donde presentaba al detective Johnny Killain. En 1962 produjo “El nombre del juego es muerte”, considerado su mejor trabajo por críticos y lectores. En el momento más exitoso de su carrera, cuando había ganado el premio Edgar Allan Poe, en 1977, Marlowe sufrió un ataque de amnesia y perdió todas las habilidades para escribir. Se mudó a Los Ángeles con Al Nussbaum, quien pacientemente lo acompañó en su recuperación. “Guerilla Games”, la última novela de Marlowe, fue completada con la ayuda del ex ladrón. Marlowe murió de un infarto en un pequeño departamento de Tarzana, California, en agosto de 1986.
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