SEGUNDO FABULARIO DE BUENA VISTA, DE JOSÉ GABRIEL CEBALLOS

“Segundo fabulario de Buenavista”
de José Gabriel Ceballos
Moglia Ediciones, Corrientes, 2015, 222 páginas
En Argentina: 175 pesos
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Las historias transcurridas en el ficticio pueblo de Buenavista, gestado por el imaginario del escritor argentino José Gabriel Ceballos, ocuparon la mayor parte de su obra temprana. Fueron cuentos justicieramente celebrados dentro y fuera del país, que sin embargo de a poco quedaron de lado en beneficio de otros rumbos estéticos tomados por el autor. Salvo excepciones, Ceballos no ha retornado a dicho mundo, pero cada tanto los editores y lectores reclaman ese “regreso a las fuentes” y por eso los cuentos han terminado siendo recopilados en diversas antologías. Ahora le ha tocado el turno al “Segundo fabulario de Buenavista”, editado en la ciudad de Corrientes.

Ceballos nos cuenta, en el diálogo que se reproduce en esta nota, que Buenavista nació cuando, por razones familiares, debió radicarse en Alvear, en la frontera con Brasil, luego de varios años de haber residido en la ciudad de Corrientes. Alvear es una población de –comparativamente- reducidas dimensiones, pero de ella (no como crónica, sino como atmósfera, como una suerte de humus que alentaba la imaginación del autor) fue extrayendo temas, ideas, hasta conformar un todo, igual pero distinto, al que llamó Buenavista, un lugar en el que cualquier cosa puede ocurrir. Y ocurre. Aderezadas esas historias por un impecable, envidiable, humor.

El diálogo

 -Entiendo que tus lectores más consecuentes extrañan las historias de Buenavista, pero hace tiempo que te has alejado de ese territorio personal y mítico, ¿podrías explicar por qué y al mismo tiempo qué te llevó a hacer esta nueva recopilación?

-Me enteré, por un periodista amigo, que Buenavista cumplía treinta años, porque el primer libro de la serie (“El oidor y otros cuentos”) apareció en 1985. Entonces, a instancias de mi hija, me fui entusiasmando con la idea de este “segundo fabulario” celebratorio. Es cierto que hace un par de años tomé la decisión de parar con los cuentos ambientados en Buenavista. Incluso plasmé tal intención en el título del último libro de la serie: “Lo difícil que es partir de Buenavista”. Pero ahora todo se limitó a seleccionar los textos, no hubo creación.

-También hay lectores que desconocen el “pasado” buenavistense. ¿Podés contar cómo se fue gestando en tu imaginación? ¿Tuviste algún plan previo o Buenavista fue creciendo y ramificándose a medida que ibas escribiendo tus nuevos cuentos?

– Buenavista nació cuando mi mujer y yo volvimos a vivir a Alvear, después de la época universitaria y un par de años de abogacía en la capital de Corrientes. Tuvimos que hacerlo por cuestiones familiares, del matriarcado que era mi familia consanguínea. Vivir de nuevo en Alvear no estaba en mis planes, y menos para algo que detestaba que era trabajar en el campo. Entonces tomé algunos recaudos, como protegiéndome interiormente. Uno de ellos fue tratar de nutrir mi escritura con la realidad pueblerina. Después, por comodidad, fui repitiendo personajes. De pronto necesitaba un usurero, o un cura, o una vieja solterona, y recordaba que ya tenía ese personaje en un cuento anterior y lo traía con nombre y todo al cuento que estaba escribiendo, sin importarme en qué tiempo transcurría la nueva historia. Así se fue formando el pueblo. De alguna manera lo fueron formando los personajes. El nombre de Buenavista, para el pueblo ya formado, salió con un propósito más bien de ironía: un pueblo donde en gran medida imperan el olvido, el aislamiento, la muerte, los fantasmas, y que se llama Buenavista.

- ¿Qué intenciones tuviste al contarnos esas historias, que al tiempo de ser melancólicamente “costumbristas”, tienen el rico adicional de la ironía, el humor socarrón, la mirada crítica y, cuando no, el sarcasmo?

-Ninguna intención más que escribir. Y aunque yo era bastante joven ya sabía que uno debe escribir más con el sentimiento que con el pensamiento. Y lo que yo sentía era eso: lo que pasaba en ese pueblo donde estaba escribiendo. La ironía, el humor y la mirada crítica habrán sido consecuencia de la actitud desde la cual yo escribía. Yo no podía sentirme parte de los líos del pueblo real, de Alvear (fotos). En todo caso, buscando un mejor rédito literario, trataba de sentirme parte de ellos en la ficción, en el pueblo ficcional.

-Hablé de cuentos. Buenavista corresponde a la etapa, ciertamente larga y fructífera, del José Gabriel Ceballos cuentista y no del novelista actual. Eso lleva a advertir que no hay “novela” de Buenavista, ¿existe alguna explicación particular o la ausencia de novela ha sido obra de la simple casualidad?

–Es que Buenavista nació así, como te decía, con forma de cuentos y casi que espontáneamente, porque los personajes se fueron repitiendo. Pensé y pienso que intentar una novela con Buenavista sería correr el riesgo de estropear el juego.

-Esta es tu tercera recopilación de cuentos relacionados con el territorio mítico pero, hasta donde tengo noticias, interpreto que desde hace tiempo no ha habido nuevos textos que transcurran en ese lugar. Esto me lleva a formularte dos preguntas: ¿Por qué no se ha producido ese retorno? ¿Qué te significa hoy Buenavista, vista –digamos así- a la distancia?

-Decidí dejar Buenavista porque, a partir de un determinado momento, su atmósfera realmente me molestaba para escribir otras cosas, incluso para trabajar con novela. Yo me embalaba con un proyecto cualquiera ajeno a Buenavista, salía de mi casa y ya volvía contaminado del clima, digamos, buenavistense, y así se me hacía difícil retomar el proyecto que un rato antes me entusiasmaba. Por algo tan simple como que de algún modo yo estaba dentro del cuento. El cura de Alvear y el de Buenavista ya estaban mezclados, todo Alvear ya estaba mezclado con Buenavista. Entonces me dije: no, vamos a rajarnos de esto, y empecemos por acondicionarnos racionalmente para el escape. Y creo que lo conseguí, al margen de que sigo viviendo en Alvear. La prueba: hoy Buenavista ya no es un problema para mí, al contrario, me produce una ternura parecida a la que generan los recuerdos de la infancia y de la adolescencia.

-Me queda por fin preguntar si habrá más Buenavista y, también y al margen, en qué proyectos literarios estás actualmente embarcado.

-Sí, salieron algunos otros cuentos con ese color, pero ya no concebidos como partes de un todo, ya autónomos. Hasta hace poco tiempo estuve laburando con un conjunto temático de cuentos relacionados con el amor y la muerte y aparecieron cuentos eróticos con rastros de Buenavista. Pero así, aislados, no me molestan para nada. En cuanto a proyectos, estoy en una etapa más bien de consolidaciones. Los últimos dos años me dediqué más que nada a corregir, a pulir. Venía produciendo demasiado y eso siempre es peligroso. Había que detenerse un poco para arreglar, desechar y ordenar. Pero ya el año pasado surgieron una nouvelle y algunos cuentos. De edición no tengo ningún proyecto todavía.
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En Buenavista las pasiones humanas tienen papel protagónico. Allí se engendran amores y odios, se tejen venganzas, se desea, se cobran nuevas o antiguas deudas. Por suerte no aparecen personajes alados nacidos del, para mí, peor realismo mágico, pero cualquier cosa puede ocurrir, por ejemplo, que diversas casas hablen con un escritor para que haga suyas sus historias. O que un determinado olor conduzca a un impensado desenlace, o que a causa de frecuentar a una cierta o presunta ninfómana se generen desapariciones, al peor estilo de la última dictadura militar argentina.

Pero las líneas anteriores dicen de manera escasa, porque no es posible sintetizar de tal manera el “mundo” de Buenavista, aquí expuesto en 35 relatos de diversa extensión y distintas intenciones expresivas que, como se dijo, se encuentran además “apuntalados” por un humor reiterado y también por cierta franqueza expositiva que llegado el caso no elude hasta la expresión o el detalle vulgar, todo lo cual le otorga un perfil muy personal a las historias de Ceballos, volviéndolas inconfundibles.

Por elección personal y por ende muy subjetiva, seguimos considerando a “Perfume fatal” uno de los mejores relatos de Ceballos. Imposible contar su desarrollo, salvo que él se encuentra “signado” por el detalle (que tanto le importaba, y con razón, a Nabokov), los pequeños y grandes cambios que se producen en la mente y en el ánimo de Rufino Alcántara luego de una noche de juego y mientras el pueblo amanece. De ese cuento más no se puede decir, porque se destruiría el misterio, pero es la minuciosa construcción de la deriva de Alcántara lo que le otorga una especial jerarquía a ese relato que es para mí la “joya” de esta amplia selección, de la que se puede decir que deja un buen sabor de boca luego de su adictiva lectura.

Que es también otra muestra de que siempre es difícil dejar atrás Buenavista.
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“El olor del pan recién horneado por Gumersindo Rojas tiene multiplicada la virtud de todo olor a pan caliente, de fortalecer la vida. Es que Gumersindo Rojas conoce su oficio desde la infancia. Heredó de su padre la panadería fundada por su abuelo. En ella trabaja con sus tres hijos y sus dos cuñados y a menudo con su mujer. El propio Gumersindo Rojas suele vigilar la faena, y hasta –aún- amasa, abastece el horno con los bollos y con la leña y reparte el producto en un carro cubierto y tirado por un caballo petiso. Así que el aroma que percibe Alcántara tiene idoneidad bastante para devolverlo a la vida, por lo menos para desdibujar la muerte en su interior”.
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Datos para una biografía
José Gabriel Ceballos nació en 1955, en Alvear, ciudad argentina fronteriza con Brasil, en la que actualmente reside. Es abogado. Ha publicado: Poemario breve (poesías, 1977); El color del humo (poesías, 1978); Otras reincidencias (poesías. 1978). Los ciudadanos (cuentos, 1989); El Oidor (cuentos,1985); Allá siempre baila la muerte (cuentos, 1989); Las condesas también sueñan (cuentos, 1991); Interior de los pájaros (cuentos, 1993); Ángel de la guarda (cuentos, 1996); El Patrón del Chamamé (cuentos, 1998); Complicaciones intelectuales (cuentos, 2000); Dueños del mañana y otras historias (cuentos, 2002); Ivo, el emperador (novela, 2003); Víspera negra (novela, 2004); Fabulario de Buenavista (cuentos, 2004);, Relator deportivo (cuentos, 2006),Confesiones de un extraño demiurgo (novela corta, 2008); Entre Eros y Tánatos (relatos, 2009), En la resaca (novela, 2010), Lo difícil que es partir de Buenavista (cuentos, 2013), Segundo fabulario de Buenavista (cuentos, 2015). Ha sido publicado en España (Tiempos de culpa, Editorial La Xara; Víspera Negra, Fundación Colegio del Rey; Confesiones de un extraño demiurgo, Editorial Agua Clara; y Entre Eros y Tánatos, Editorial Castalia), en Costa Rica (El Patrón del Chamamé, EDUCA) y en Brasil (Made in Buenavista, traducción de Sergio Faraco, Editorial Tché), así como en revistas y antologías ha sido publicado también en México, Puerto Rico y Uruguay. Obtuvo varios premios regionales y nacionales, tales como el premio Juan Torres de Vera y Aragón otorgado por el gobierno de la provincia de Corrientes, el premio Peirotén de poesía otorgado por la Asociación Santafesina de Escritores y el premio Sol de América concedido a la trayectoria por el Instituto Guaynamérica de Posadas (Misiones). En 1997 su libro de relatos El Patrón del Chamamé ganó el Premio Único de Narrativa Latinoamericana EDUCA, de la Editorial Universitaria Centroamericana (organismo editorial de 15 universidades públicas de Centroamérica, con sede en San José, Costa Rica). En mayo del 2000 se le adjudicó mención de honor en la Bienal de Literatura Latinoamericana de Valencia, Venezuela (Premio José Rafael Pocaterra), por Complicaciones Intelectuales. En diciembre del mismo año obtuvo el Premio Alberto Lista, otorgado por la Fundación El Monte y el diario ABC de Sevilla, España, por su cuento "Los hijos de Rivas". En 2004 obtuvo el Premio Ciudad Alcalá de Henares por Víspera Negra; en 2008, el accésit el Premio Gabriel Sué por Confesiones de un extraño demiurgo; en 2009 el Premio Tiflos de Cuentos por Entre Eros y Tánatos y este año el Premio Alfonso VIII  de Narrativa por En la resaca.
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En el blog:

En Internet:

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Video: Presentación de “Lo difícil que es partir de Buenavista”, antología, ciudad de Corrientes, 22.10.2013, duración 15 minutos.




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Comentarios sobre obras anteriores de Ceballos, incluidas cuando "Noticias desde el sur" formaba parte de La Comunidad de "El País", de España.

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 “En la resaca”, de José Gabriel Ceballos. Editorial Edaf, Madrid, 2010, 199 páginas. XII Premio Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca. En España: 24 euros
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“Por la tensión, el tema elegido y la manera de contarlo”, la novela “En la resaca” del escritor argentino José Gabriel Ceballos recibió el XII Premio de Narrativa "Alfonso VIII" de la diputación provincial de Cuenca, en España. Almuneda Grandes, presidente del jurado, consideró a la novela como "ambiciosa, comprometida y arriesgada que trata un tema delicado”.

Sostuvo la autora de “El corazón helado” que no se trataba de “una historia simple de buenos y malos, sino que aborda los límites de la crueldad y que, además, tiene un final sorprendente".

La novela fue editada pocos meses más tarde de conocerse el fallo. En su ficción, Ceballos ha tenido la audacia de volver al tema de los desaparecidos en la Argentina durante la última dictadura militar (1976-1983) y ha sido audaz porque como bien se señala en contratapa se trata de toda una “corriente” que ha originado abundante literatura y a la que por consiguiente se la podría dar por agotada.

Sin embargo, el autor de “Entre Eros y Tánatos” logra dar una vuelta de tuerca al “traer” a nuestros días esa terrible cuestión narrando la historia de la joven y atrevida periodista Patricia Geller, que llega al remoto pueblo de Fulgor acompañada por el envejecido ex teniente coronel Nicomedes Vernengo, quien había mandado en ese territorio a sangre y fuego pero que en el ahora de la novela es sólo una sombra afectada por el Alzheimer.

Recuerdos de la dictadura

El propósito de la periodista es el de confrontar al pueblo con el pasado dictatorial, específicamente con quien fuera su antiguo verdugo, ver sus reacciones y escribir sobre todo ello para un periódico español que la tiene contratada. Sin embargo las cosas no salen como lo tiene planeado, entre otros motivos porque el viejo militar, al que considera casi un zombie, no responde exactamente a lo que son sus propósitos.

“La resaca” a la que alude el título no refiere a lo que deja como recuerdo el alcohol, sino a una marca indeleble que no se pueden quitar quienes han pasado por la “borrachera” del horror, como le ha dicho el perdido sobrino de Vernengo, el Pelo, quien por poca plata accedió a firmar la autorización para que la periodista retirara a su tío del geriátrico donde lo tenía prácticamente abandonado.

Pero, en realidad, la resaca alude, de manera más sesgada, más sutil habría que decir, a cuanto constituye el “alma” de Fulgor, a lo que como marca subyacente, no visible en la superficie de las cosas y de los hechos, dejaron los años de plomo en el pueblo. Allí ha quedado una galería de personajes que se han detenido en el tiempo, cargando con sus fantasmas.

Así desfilan Alelí, el tonto del pueblo que enmudeció durante los años de la represión; el anciano ingeniero Raymundo Zeniquel, quien vive sus últimos años en “compañía” de las cuatro personas contribuyera a hacer desaparecer cuando fue intendente de facto de Fulgor y cómplice de Vernengo; y Luicho Silva, quien sigue enlazado al pasado a causa de la desaparición de su hermano Jacinto, cuando éste hacía el servicio militar, y también por la cobardía de su padre el que se negara a admitir el secuestro del hijo y su posterior desaparición.

Otros más, como la “mentalista” Beba Fagúndez, que confunde todas sus presuntas visiones, el cura Ulrico (que sospecha, sin contar con pruebas contundentes, de la complicidad con Vernengo que pudo haber tenido su antecesor en la parroquia) o el abogado Miguens, son también integrantes de la galería de personajes que aparecen en la novela, todos los cuales terminan demostrando que, como bien dijo Grandes, allí no hay inocentes ni culpables y que, en mayor o menor medida, participan de esa misma resaca.

El buen narrar

Si algo se destaca en la novela es ese buen narrar de Ceballos, tanto por la descripción de personajes como de ambientes, aparte de la originalidad del relato en sí mismo considerado, porque sabe encontrar atajos a lo que va relatando, darle vueltas de tuerca inesperadas (y arriesgadas también, dado que puede desbarrancar en cualquier momento) y saberlo conducir a puerto seguro, como ocurre en esta historia donde nada termina siendo como sus personajes (y presuntamente el lector) inicialmente habían pensado.

Omitimos dar mayores detalles sobre el desarrollo de la historia, dado que precisamente son esas “vueltas de tuerca”, esos inesperados cambios en el desarrollo de la trama, los que la enriquecen, justificándola, y está en el lector descubrirlos.


A él le aguarda una historia tensa, enriquecida por una escritura tersa, cuidada: “El silencio se hinchó como un reptil enroscado tras engullir una presa. Su omnipotencia no cedía lugar a los intrusos. El crujir de las zapatillas en el pavimento o en el ripio, el ruido de un automóvil remoto, una tos que los postigos no sofocaban, los bichos en un pastizal, sonaban al margen, sin rozar siquiera la médula del silencio. Cabe pensar que de tan sólido aquel silencio se bastaba para ocultar al perseguido”.
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“Lo difícil que es partir de Buenavista”, de José Gabriel Ceballos. ConTexto Editorial, Resistencia, Argentina, 2013, 127 páginas.
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“Supongo que si no inventaba Buenavista no hubiera podido seguir escribiendo”, confiesa José Gabriel Ceballos. Se refiere a un territorio mítico, personal, que creó poco después de afincarse en Alvear, población fronteriza con Brasil. Una pequeña ciudad con connotaciones propias, que Ceballos exasperó hasta volverla una región personal, con potentes personajes y extrañas situaciones, totalmente alejado de la crónica y del costumbrismo.

Luego de escribir varios libros con Buenavista como territorio de exploración y síntesis, en el que todo era posible, Ceballos se alejó de esa experiencia de escritura e incursionó en otros textos, especialmente en novelas, de temas e intereses muy diversos. Ahora, luego de varios años, regresa a la región personal, pero con una visión un tanto más apocalíptica, si el término vale.

Aunque, como bien advierte en el título de su flamante libro, es difícil dejar la región. Quien lo intenta puede encontrarse con lagunas hediondas, maizales que esconden lodazales, túneles inundados de inmensas ratas, en fin, múltiples obstáculos difíciles de vencer para quien ose abandonar el pueblo de manera definitiva.

En tanto, a los que se queden les aguardan situaciones de excepción: muertos que no terminan de morir, obscenidades de prostíbulos, asesinatos, la extraña mutación de un bailarín observada por un tal doctor Kafka, un escritor asediado por viviendas que guardan insólitas historias (que lo aguardan para que las narre). Y así de continuo…

La complicidad del lector

“Buenavista existe –señala Ceballos en la entrevista que puede leerse más adelante- por una complicidad del lector que ya está familiarizado con ella por lecturas anteriores”. El territorio “nació” en los ’80 del siglo pasado y ya sus huellas pueden advertirse en los relatos de “El Oidor y otros cuentos” (de 1985).

El relato que da título a ese libro, lleva a la reflexión expresada por la escritora Olga Zamboni, cuando presentó “Lo difícil que es partir de Buenavista”: “El escritor es un oidor –señaló la escritora-. Siempre está presente el sentido del oído. El gran tema aquí es el escritor y la creación literaria. El escritor que escucha su entorno. El escritor escucha las voces de su pueblo Buenavista”.

“Oidor”, en todo caso, de un mundo particular ganado por el absurdo, por las situaciones extremas, por personajes estrambóticos, y por lo que parece ser un mundo a punto de extinguirse.

Respecto de esto último, hay una admisión explícita por parte del autor: “Al potenciar ciertas características de Buenavista (el delirio, lo grotesco, lo monstruoso), es como si estuviera haciendo una catarsis acelerada, para irme más rápido de allí. Alguien me dijo que en eso hay como la intención de dinamitar el pueblo. Una observación muy certera”.

Aunque lo mejor es detenerse

Pero conviene no hacerle tanto caso a Ceballos, y detenerse en estos relatos, meterse en ellos. Para disfrutarlos. Y celebrarlos. Porque nos encontramos con textos de gran calidad narrativa, tales como los “ejercicios nocturnos” que practican viejos habitantes buenavistenses para tratar de huir, alguna vez, del pueblo, o los muertos que se dan cita en el cuento que da título al libro, la execrable figura del Tato Figueroa, el “exquisito” vituperador de Radio Liberty o el encuentro con un segundo tipejo: el detective Rufino Vergara… El listado es extenso, pero en cada caso hay una historia que conviene conocer.

El humor socarrón de Ceballos y la excelencia al momento de narrar potencian los relatos, los vuelve interesantes (cuando no importantes), logra llevar al lector con buenas artes por los extraños caminos, las raras circunstancias que afectan a los habitantes de un pueblo que es al mismo tiempo fantasmal y concreto. Y, en todos los casos, profundamente contradictorio.

Aunque en la reciente presentación del libro efectuada en la ciudad de Corrientes, Ceballos insistió en que quiere alejarse definitivamente del ámbito de Buenavista para dedicarse a una novela, de temática y ambientes muy diferentes, también aceptó que “los tipos” (los habitantes de la región ficticia) “insistieron” hasta que apareció el libro que lo ha dejado conforme. Conformidad, y algo más, que compartimos respecto de este libro inquietante con textos, como bien los definió Zamboni, “furiosos, pero siempre verosímiles”.

 “Alejarme por fin de ese espacio ficcional”

Buenavista ha sido el territorio en el que se desarrolló la mayoría de sus cuentos. Sin embargo, lo dejó de lado hace ya tiempo, pero ahora sorpresivamente ha regresado a esa, su región literaria, dedicándole todo un libro. ¿Puede hablarnos sobre el por qué de de la “ida” y del “regreso”?

-Es que no hubo un apartamiento. Esos cuentos no dejaron de surgir desde el período, digamos, fundacional. Lo que perdió frecuencia fue su publicación, y ocurrió así por unos premios que tuve la suerte de ganar en España. Entre “Relator deportivo” y el libro que salió ahora, me editaron la nouvelle “Confesiones de un demiurgo”, la novela “En la resaca” y los relatos “Entre Eros y Tánatos”, los tres ajenos a Buenavista. Pero mientras trabajaba con este otro material, el yacimiento aldeano continuó funcionando.

-¿Considera a Buenavista una suerte de territorio mítico, personal, al estilo de los creados por Faulkner, García Márquez u Onetti?

-Bueno, sin duda, y salvando las distancias siderales con esos casos mencionados en la pregunta, es un espacio establecido. Pero por lo pronto sólo existe en cuentos, y no fue algo del todo premeditado, sino que se formó casi espontáneamente. Cuando me volví a radicar aquí, en Alvear, me di cuenta de que debía ambientar mis historias en este microclima pueblerino, para trabajar con más facilidad; hasta ahí lo premeditado. Pero después fui repitiendo personajes, los personajes migraban de un texto a otro sin importarles de qué se trataba cada argumento. Un cura que había estado en una historia de la guerra provincial entre caudillos aparecía lo más fresco en otra que pertenecía a la posmodernidad, por ejemplo. Un usurero que había aparecido en el primer peronismo saltaba sin mutaciones a un texto más bien de ciencia ficción. Y etcétera. En realidad, Buenavista existe por una complicidad con el lector que ya está familiarizado con ella por lecturas anteriores, sea de un libro o de los primeros textos del mismo libro.

-No es novedad, para quienes leímos sus anteriores historias, que en Buenavista puede pasar “de todo” (y, de hecho, pasa). Pero en esta nueva selección se advierte la presencia de una mayor dosis de delirio, de riesgo narrativo. ¿Es una visión muy subjetiva o usted comparte esa apreciación?

-La comparto. Y tal vez por eso tenga que ver con mi deseo de alejarme por fin de ese espacio ficcional (de ahí el título del libro). Como si, al potenciar ciertas características de Buenavista (el delirio, lo grotesco, lo monstruoso, etc.), estuviera haciendo una catarsis acelerada, para irme más rápido de allí. Alguien me dijo que en eso hay como la intención de dinamitar el pueblo. Una observación muy certera.

-¿Por qué motivo, finalmente, Buenavista aparece en sus cuentos y no en sus distintas novelas?

-Porque cuando nació yo sólo escribía cuentos.

“Cada idea ya se muestra con su formato”

-¿Cómo encara sus textos, cómo los escribe?

-Como puedo. O no los encaro, por lo menos no hasta que la idea me gobierna casi por completo, dejándome el estrecho margen que necesito para escribir el proyecto, para darle una estética. Digamos que las historias me encaran a mí. Sostengo la hipótesis de que las historias literarias son como fantasmas acollarados por acontecimientos comunes, por una trama elemental. Y que, como los fantasmas individuales, estos fantasmas reunidos en grupo se le aparecen a uno sin previo aviso, y se apoderan del escritor.

-¿Qué lo “acompaña” cuando escribe? ¿Otros textos, alguna música, conversaciones con determinadas personas?

-Lectura. La mucha lectura de textos ajenos ayuda para el oficio, no sólo antes y después de escribir sino también mientras uno trabaja un cuento o una novela, y para este trabajo puntual. Por seguridad, hay que leer entonces literatura que no tenga nada que ver con la que no está construyendo en ese momento.

-Bioy Casares decía que, una vez que se le presentaba una historia, antes de encararla “sabía” si se trataba de un cuento o una novela, ¿cómo se le plantea a usted esa especie de enigma previo, si es que se le presenta como tal?

-Sí, es cierto. Cada idea ya se muestra con su formato. Pero no siempre resulta sencillo precisarlo.

-¿Qué es para usted el cuento?

-Un relámpago. Después uno puede administrar eso en dos o en cuarenta páginas, pero todo empieza con un relámpago y, en lo esencial, esa intensidad debe mantenerse en cada página, en cada párrafo.

-¿Y la novela?

-Unas ráfagas de viento más o menos continuas que lo van envolviendo a uno, creciendo siempre. Tal vez lleguen a hacerse un temporal; tal vez se queden en puro viento y el autor compruebe que empeñó mucha energía en nada. Si se arma un temporal, seguramente habrá allí más de un relámpago esporádico, pero nunca será uno tan determinante como el del cuento.

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