“Hasta que te
conocí”, de Luis Gusmán
Edhasa, Buenos Aires, 2015, 280 páginas
En Argentina: 285 pesos
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Walensky, ex pesista vencido por el paso de los años, es
cuidador de un gimnasio al que llega Lucero, joven y recién embarazada, buscando
al presunto padre de su hijo, un stripper de nombre Silvio. Walensky,
“defensor” de los débiles, se involucra con la chica, sin conocerla y sin saber
por qué actúa de esa manera. Tal el comienzo de la última novela del argentino
Luis Gusmán, quien en “Hasta que te conocí” regresa a personajes, ambientes y
situaciones ya tratados en su novela “Tennessee”, de 1997. El mundo de los gimnasios,
de un desvencijado club, el Regatas (pegado
al contaminado Riachuelo), el de los pesistas y luchadores, es también el mundo
de los marginales y los vencidos, al que Gusmán sabe abordar y retratar con
incisiva mirada.
El “decir” seco y espartano de su prosa, con el que
intenta arribar a un estadio “mítico”, es decir atemporal, ajeno a la coyuntura
y a lo excesivamente referencial, resulta fundamental en su nuevo trabajo, aunque
por los hechos puede colegirse la contemporaneidad de los sucesos así como el
deterioro de las relaciones interpersonales, lo propio de nuestros días en las
grandes urbes que marginan y suelen promover y producir el fracaso.
Porque Walensky es un fracasado casi se diría por
definición, como lo es el inspector Bersani, quien aparece en escena para
investigar un asesinato y por sus incursiones termina ligando a los distintos
personajes: el pesista, Lucero, Silvio y
su perro, un pitbul de pelea, Clara, de profesión veterinaria, y a otras figuras
menores. Y también lleva a las peleas clandestinas de perros pitbuls, allí
donde dinero y mafias, crímenes y corrupción definen no sólo un territorio sino
hasta una manera de vivir y de morir.
En la novela hay varias historias de amor entrecruzadas:
la de Lucero y Silvio, la de Walensky con Claudia, la de ésta con otros
hombres, la que mantiene el propio Bersani con su antigua amante Cecilia. No
son amores propios de los relatos románticos, sino producto del deseo, de las
relaciones maduras y poco sensibles. Son relaciones intermitentes en algunos
casos, duraderas en otras, pero de escasos sentimientos y, en otros momentos,
con confusas sensaciones de culpa.
Al respecto, en los epígrafes que ha elegido para su
libro, Gusmán repite las palabras de Elliot Chaze, el gran narrador
norteamericano recientemente redescubierto entre nosotros: “Tu amor está donde
es fácil de conseguir y fácil de perder”. Asimismo las palabras de Friedrich
Nietzche: “El hecho no es que me hayas mentido sino que ya no te puedo creer,
eso es lo que me hace estremecer”. “¡Parece un tango!”, dice Gusmán, con mucha
razón.
Y, sí, hay algo “tanguero” en estos personajes que
parecen arrastrarse detrás de imposibles, en territorios en los que no existe
el menor lugar para la piedad, en los que todo es desencanto. “Hasta que te
conocí” tiene mucho de novela negra, con intrigas incluidas, aunque hace
recordar especialmente a ese tipo de narrativa de la que el belga Georges
Simenon (foto) fue uno de sus máximos exponentes. Hablo de novelas de atmósferas
opresivas, en las que no necesariamente había que investigar crímenes, delitos,
sino que prevalecían sus personajes dolidos, como marcados por una exasperada visión existencialista, negativo, sin
conciencia ni interés por el futuro.
Porque un “sin mañana”, parece extenderse en el cielo
gris, encapotado, en ese terreno pringoso en el que se mueven los seres opacos
que ocupan las páginas de la novela de Gusmán. El único que parece salir de esa
opacidad es Walensky, personaje sin duda quijotesco, aunque con su propio
sentido de la justicia, si es que esta palabra puede ser aplicable en el
submundo en el que debe moverse.
Walensky extraña a Smith, un pesista de costumbres poco
claras, que murió de cáncer en Tennessee, donde cuando joven fue consagrado
campeón olímpico. El protagonista lo extraña y de una manera particular Smith
lo acompaña (“yo estoy muerto, pero de alguna manera vas a tener noticias mías”,
cree que le dice, como mensaje de ultratumba, en determinado momento).
La novela avanza por distintos escenarios: en un momento
dado tiene que ver con el mundo de los gimnasios, con el club Regatas y el
agua, en otro momento refiere a la búsqueda de Lucero del presunto padre de su
hijo, luego aparecerá Bersani a raíz de un crimen y la historia adquirirá un
claro sesgo policial, de ahí “saltará” a la espantosa pelea de los perros, es
decir, al dinero, la sangre, la corrupción de los seres y las cosas. El magma
que generan esas partes nos terminará hablando de la malignidad del mundo o, al
menos, de una parte del mundo. Y de una sesgada redención a través del amor, mientras el final será una de las tantas incógnitas, que aquí se omite, y que el lector deberá resolver.
Tal, la nueva propuesta de Gusmán, quien libro a libro
se propone, y consigue, producir en el lector un inquietante desasosiego.
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“Un rasgo en Walensky le atraía: su lealtad con las cosas y las
personas que quería. Incluso, cómo había protegido a la chica. Pero no le
perdonaba que se hubiera enredado con Clara. Eso lo volvía débil y, por lo
tanto, poco confiable. Sabía que era inocente pero había buscado un pretexto
para seguir viéndolo. Quizás porque le recordaba cosas que, en otros años, él
también había defendido. Cuando era joven, cuando todavía creía en algo. Ahora
era un burócrata. Hacía mucho tiempo que había perdido la pasión de ser
policía”.
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Datos para una
biografía:
Luis Gusmán nació en Buenos Aires en 1944. De
profesión psicoanalista, es novelista y cuentista, ha publicado “El frasquito”
(1973), “Brillos” (1975), “Cuerpo velado” (1978), “En el corazón de junio”
(1983, Premio Boris Vian) “La muerte prometida “(1986), “Lo más oscuro del río”
(1990), “La música de Frankie” (1993), “Villa” (1996), “Tennessee” (1997),
“Hotel Edén” (1999) “Ni muerto has perdido tu nombre” (2002), “El peletero”
(2007), “Los muertos no mienten” (2009), “La casa del Dios oculto” (2012) y
“Hasta que te conocí” (2015). También es autor de una autobiografía: “ La rueda
de Virgilio” (1988), así como de seis ensayos: “La ficción calculada” (1998),
“Epitafios. El derecho a la muerte escrita” (2005), “La pregunta freudiana”
(2011), “Kafkas” (2014), “La ficción calculada II” y “Un sujeto incierto”
(ambos de 2015). Varios de sus libros se han traducido al portugués. Con un
discurso, tuvo a su cargo la inauguración de la edición 2012 de la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires. En 2014 recibió el Premio Konex de Oro
de Literatura. “Tennessee” fue llevada al cine por Mario Levín con el título de
“Sotto voce”.
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Entrevistas recientes:
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NOTAS ANTERIORES
El misterio
de las preguntas sin respuestas. “La casa del Dios oculto”, nota de 2012
“La casa del Dios oculto”, de Luis Gusmán. Editorial
Edhasa, Buenos Aires, 2012, 175 páginas.
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En forma reiterada el narrador argentino Luis Gusmán
se ha referido a la muerte. A los muertos, a los espíritus y también a la
religión, a los que observa como fenómenos que deben ser analizados en
profundidad, dado que “acompañan” desde siempre al ser humano.
Vuelve a hacerlo en su un tanto indefinible nuevo
libro, “La casa del Dios oculto”, en el que reitera esos temas ya abordados en
anteriores trabajos alejados de la ficción, como ocurriera en su sesgada
autobiografía “La rueda de Virgilio”, de 1988.
El calificativo de indefinible refiere a la dificultad
de determinar si los materiales incluidos son cuentos, relatos o reflexiones.
En realidad terminan siendo un híbrido de tales “géneros”, todos escritos con
mucha solvencia y con un lenguaje personal, muy sobrio, y diría también muy
argentino, porteño en todo caso, heredero de otras escrituras, como las de
Borges y las hermanas Silvina y Victoria Ocampo.
Tal como ocurriera en “La rueda de Virgilio” y en otro
libro inmediatamente anterior al presente, “Los muertos no mienten”, el autor
se involucra en los textos, aporta datos o constancias autobiográficas en las
que mucho tiene que ver su madre (ya fallecida) que pasó por tres religiones
–la católica, la evangelista y la espiritista- y quien tuvo marcada gravitación
en su vida.
Los textos de “Desierta”
A lo anterior se suma el hecho de que Gusmán inicia el
libro con “partes” de lo que se ha propuesto llamar “Desierta”, una posible
novela que se vincula con el pasado argentino, con el desierto del país, y con
la obsesión en torno a una mano de madera: “En ‘Desierta’, por ser una historia
argentina, hay una concepción del espacio y del movimiento relacionada con la
intemperie. Por eso la titulé ‘Desierta’ y no ‘Desierto’”, precisa el autor.
La historia del polaco con la que abre el libro, la del
hermano del autor, pastor evangelista, la de la mano de madera del capitán
Danjou, la vida del pintor Baucé, participan del “magma” de “Desierta”, la
novela empezada por Gusmán en 1990 y que sigue escribiendo de manera incesante:
“Tuvo el destino de una novela inédita, inconclusa y espiritista”, señala
Gusmán. También inquietante, corresponde agregar.
Gusmán es un narrador nato y así se vuelve un pequeño
–y sustancial- cuento lo que fue su visita al “santuario” del cantante popular
Rodrigo, fallecido en un accidente en ruta. Rodrigo era un exitoso cantante
“bailantero” (cantaba variantes de la cumbia colombiana) muerto en un accidente
de autos cuando corría de una presentación a otra en una de sus tantas noches
febriles. El autor de “El frasquito” centra su crónica en Yoli, una mujer que
es devota custodia del “santuario” desde poco después de la muerte de Rodrigo
Bueno (su nombre completo) hace ya más de una década. Escribe Gusmán: “Cada 24
de mayo –día del cumpleaños del cantante- la chica prepara una torta, pone una
mesa de fiesta en la que una efigie de Rodrigo es el principal comensal, el
invitado de honor”. Ignora el escritor si Yoli es médium, pero de lo que sí
está convencido es de que “habla con el espíritu de Rodrigo”.
Sus propias mudanzas son motivo de reflexión, así como
sus viajes, que incluye una historia que genera inquietud al ser contada: En
una librería un vendedor le comentó que por uno de sus libros salvó su vida.
Viajaba en un colectivo y, por leer, en vez de apoyarse en el asiento se
inclinó y fue así que una bala perdida proveniente del exterior del vehículo no
lo alcanzó de pleno. “Podría haber sido mi último viaje”, le dijo el vendedor.
En el orbe de lo inefable
Gusmán parece decirnos que a cada rato ha tropezado
con la inefabilidad, con aquello que no es materia propia de la vida cotidiana
sino que aparenta expresarse en sus márgenes.
Así en un apartado sobre la resurrección sostiene
haberse encontrado con un resucitado Lezama Lima a quien vio “reencarnado” en
el hijo de la dueña de un hotel italiano: “Hablaba con una voz dulce como
siempre imaginé la voz de Lezama. Era quien servía la comida. Describía los
manjares de manera lezamezca. Cada plato era un festín barroco”.
En “El cuarto de la señora Christie”, reconstruye sus
pasos por el hotel Pera Palas de Estambul, en Turquía, en una de cuyas
habitaciones se alojó Agata Christie en 1926 y del que desapareció durante once
días, lo que dio motivo a miles de conjeturas (y hasta la realización de una
película) aunque nunca se dilucidó ese enigma.
El desasosiego, la ausencia de certezas, se hacen presentes en este
relato también inquietante, uno de los más extensos del libro.
Al referirse a este libro, Gusmán le dijo al periodista Ezequiel Alemian: "Para mí es una manera de abordar el misterio. Acá el asunto es el enigma vivo" (en revista "Ñ", suplemento de "Clarín", de Buenos Aires).
“Si solo se pudiera elegir una palabra para definir
‘La casa del Dios oculto’ esa palabra sería misterio”, se precisa en la
contratapa del libro. Misterio es una definición acertada, porque permite
alumbrar un poco más al presente volumen, plagado de esa clase de preguntas que
no suelen tener claras respuestas.
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La
escritura “incorregible" de “El frasquito”, de Luis Gusmán, a cuarenta años de
su publicación (nota escrita en 2013)
En
1973 Ricardo Piglia escribía: “Habría que decir de ‘El frasquito’ que es una
novela policial donde el asesino, la víctima, el detective y el narrador son la
misma persona (…), su relato va y viene, articulado entre la repetición y el
suspenso de un sentido siempre desplazado”.
En
“El frasquito”, en efecto, no hay un núcleo, sino voces diversas y un constante
desplazamiento de lo narrado. "Es la presencia de la palabra la que permite la conformación del texto y no la existencia de una historia la que hace posible la narración", expresaba Gisela García en un trabajo sobre esta ficción, la primera de Luis Gusmán y uno de sus trabajos capitales.
La
breve novela fue una revelación y una revulsión en los conflictivos años ’70.
No llegó para sumarse a la “denuncia” social ni a la discusión política y en
cambio se ubicó en los márgenes, como en el mismo tiempo lo hicieron
“Sebregondi retrocede”, de Osvaldo Lamborghini y “Nanina”, de Germán García. Eran
textos que hablaban de sexo, de disconformidad, de cierta –o total-
marginalidad. No por nada a los pocos años, con la dictadura militar, fueron
prohibidos, retirados de circulación.
Ha
pasado el tiempo, cuarenta años exactos desde la primera edición de “El
frasquito”. Se trató de una edición minúscula, de casi nula riqueza gráfica,
también disruptiva como el texto lo es, de Alberto Noé, responsable además de
la publicación de “Sebregondi retrocede”. Pero felizmente el libro no pasó
desapercibido debido, entre otros hechos, a que Osvaldo Soriano escribió un
artículo ponderativo en “La Opinión”, de Jacobo Timerman (cronista y diario muy
leídos en la época). Los mil ejemplares de la primera edición desaparecieron de
las librerías prácticamente en un santiamén.
Desde
entonces a hoy las costumbres han mutado significativamente y “El frasquito”
puede ser leído, y considerado, sin anteojeras, ni condicionantes ideológicos.
Así, se pueden advertir su “fiereza” (que sigue intacta), su riqueza expresiva,
la audacia del joven Gusmán de la época (Respecto de Gusmán: una mala anotación
en el Registro Civil trocó la z habitual del apellido por una s y, en la
primera época del escritor, su apellido se escribía con acento).
Violenta,
despiadadamente autobiográfica (aunque nunca terminan de aclararse los hechos),
la edípica relación de un hijo con su madre, las obsesiones sexuales, la
presencia de los cuerpos y del deseo, la ausencia de dinero, la religión (o,
para mejor decir, las religiones), la muerte –especialmente la de un mellizo
fallecido-, las teorías psicoanalíticas, todo expresado como si fueran
obsesiones, como si fueran patologías, confluyen en “El frasquito”.
Edhasa
ha vuelto a publicar la novela de Gusmán, en una edición homenaje, incorporando un prólogo
de Luis Chitarroni y un texto del autor, de 1984, en el que recuerda un
episodio que vivió en 1977, cuando trabajaba en una librería. En esa ocasión
intentó regalar “El frasquito” a una conocida, pero una empleada municipal se
lo impidió, reteniendo el ejemplar (que luego fue prohibido por decreto, a
pesar de que estaba agotado) y calificando a su autor de “degenerado”.
Ezequiel Alemián, en Ñ, de Clarín de Buenos Aires, en un reportaje que le hizo a Gusmán con motivo de la reedición de la novela, expresaba que era "un texto de vanguardia que quebraba la legibilidad tradicional de la literatura, apelando a una sintaxis en descomposición, a un vocabulario que se nutría de términos marginales, a un referente sexualizado y opaco". Todo lo cual es cierto, como también que, como afirmaba el mismo periodista, "El frasquito" es "incorregible".
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Video:
diálogo de la periodista Cristina Mucci con Luis Gusmán en el programa “Los
siete locos”, 18/10/14. Duración: 11,35
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