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“La invocación y otras historias”, de M. John Harrison.
Edhasa, Buenos Aires, 2015, 274 páginas.
Selección y prólogo: Matías Serra Bradford. Traducción:
Laura Wittner.
En Argentina: 299 pesos.
Michael John Harrison es un autor inglés poco difundido
en la Argentina, pero con muchos más lectores en España donde es considerado y
con razón como un verdadero “peso pesado” de la literatura de ciencia ficción y
del género fantástico. Este libro, integrado por doce cuentos y dos series de
breves notas, sirve como buena carta de presentación para quienes desconocen –o poco saben de- su mundo ficcional.
El libro, preparado por Matías Serra Bradford, presenta
con justeza y singularidad el mundo de Harrison. Se trata de un universo
alternativo, al estilo del que nos hablaran Borges y Cortázar (o Bioy Casares),
pero un “otro lado” sumergido en la entropía, vale decir caracterizado por su
degradación, la imposibilidad de la Gracia, sumido en el dolor y la descomposición.
Al recorrer ese orbe de la pérdida, como bien dice el
argentino Guillermo Belcore, “visitamos lugares indescriptiblemente tristes,
cubiertos de una capa grasosa de desesperanza y vejez”. Es así, si Cortázar
podía ingresar a la galería Güemes en Buenos Aires y salir, sin problemas, a otra,
en un París reconocible, en determinado café de Huddersfield hay un espejo que
conecta con Londres pero puede pasar que alguien se quede a mitad de camino
(descompuesto, vomitando) o salga a un Londres espectral, sin puentes ni torres
ni calles deslumbrantes sino gris, opaco, con aguanieve o nieve. Un mundo sin
expectativa ninguna.
La valiosa selección de Serra Bradford incluye un
prólogo ineludible. En él habla de un plan, de un programa que sostiene la obra
del autor. Al respecto, dice: “El programa de Harrison implica los pliegues de
lo visible, la puesta en escena de relaciones estrábicas, la divinización de un
secreto, instantes de conversión, el progreso o descenso kármico, apariciones y
reapariciones, identidades en vías de extinción y, no menos asiduos, momentos
epifánicos en que algo cambia de signo”.
Esos cambios son los que advierten determinados testigos
quienes, al parecer, no pueden eludir el tormento del Conocer. Le ocurre a un
hombre al que llaman China y que ha tenido relaciones, y sigue, y persigue, a
Isobel, que quiere volar pero que, a diferencia de los personajes alados de
García Márquez (foto), se somete para ello a un verdadero acto de degradación y
entrega a un médico que se vuelve un demiurgo loco, un verdadero demonio (“Isobel
Averns regresa a Stepney en primavera”).
Otro testigo atormentado es Austin, quien se coloca tras
los pasos de su amigo Clark, tratando de sustraerlo de la atracción que sobre
él ejerce una mujer “con poderes” extrasensoriales, Alice Sprake, y el hijo de
ésta. Clark está afectado de una enfermedad terminal e interpreta que la mujer
es el “camino” para superar el mal. Para Austin, en cambio, todo es una
sumisión en el infierno (¿o habría que escribir en el Infierno?) (“La
invocación”).
“El gran dios Pan”, es un capítulo o extracto de una
novela capital de Harrison, “El curso del corazón”, pero funciona tomado como cuento. En la historia, al que le toca ser
testigo es a un amigo de la pareja que formaron Ann y Lucas y los tres a su vez
tuvieron que ver con un cuarto personaje, extraño y alucinado. En el “momento”
del relato el testigo visita a Ann, drogadicta a causa de la epilepsia que
padece. Lucas lo ha enviado y el testigo del relato acepta, a regañadientes, y
con el temor de toparse con lo indeterminado, quizás increado, a lo que teme.
Se habla del pléroma, algo que resulta impreciso, pero que genera temor. La
historia es difusa, pero al testigo esta vez le toca “ver” la pesadilla con la
que tiene que convivir Ann. Y de ahí en más su mundo, ordenado, metódico,
previsible, se desmorona.
“Egnaro”, al decir de Serra Bedford, sería “”una versión
más sensorial, más contemporánea, más glosada, del Tlón de Borges”. Y, en el relato de ese título, cuando se intenta
definirlo, Harrison evita lo taxativo y opta por la elusión: “Es un país donde
nunca estuviste, es un idioma desconocido; al mismo tiempo es como ser cornudo
o que se trame algo en tu contra; es parte del universo que nunca se revelará
del todo, una conspiración cuyo esbozo más básico, una vez visible, te irritará
por siempre”. Le ocurrirá al amigo que tratará de quitarle la obsesión a otro
personaje (también llamado Lucas). Pero resultará algo contagioso, porque una
vez que el amigo “supere” su ofuscación le tocará a él la fiebre, aun a
sabiendas de que “Egnaro es un secreto que todos conocen menos tú”.
El doctor Petromax “sabe” como llegar a Londres (foto panorámica) desde un
pueblo cualquiera de Inglaterra. No hay que viajar en vehículo alguno, sino
introducirse en un espejo existente en un bar de pobre aspecto. Otro testigo (y
van…) conoce la historia y trata de dilucidar el misterio en “Un joven viaja a
Londres” pero, como ya se dijo, como a tantos otros le estará vedada la
Respuesta, el Saber último. Que bien puede ser el que lo destruya.
“El mono de hielo” y “Cuesta abajo” se vinculan por la
obsesión por la montaña, el ascenso a los picos nevados (a los que al parecer
Harrison es fiel adepto). Personajes paroxísticos, enfermizos, animarán ambas
historias. Que no tendrán resoluciones felices, como es de esperar.
Las historias de Harrison seducen por sus personajes,
por las elusiones, por el clima ominoso que las marca. En los relatos nada es
diáfano, hay cosas pringosas, el clima es destemplado, nada brilla, las manos
de los protagonistas suelen estar muy sucias, la comida nunca es atractiva. Hay
un clima de fin de ciclo. Un clima de agonía. ¿Es nuestro tiempo? ¿Es nuestro
espejo? Al lector le queda la posibilidad de negarse. O de adentrarse en este mundo y sacar
sus conclusiones, si acepta el juego de aceptar la perplejidad.
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“Los mineros muertos de Egnaro yacen boca arriba mirando el sol; la
negrura del sol les alquitrana los largos huesos. Una gaviota extiende sus alas
sobre ellos; un viento caliente sopla a lo largo de la costa, desprendiendo
escamas de oro laminado que sigue aferrándose a su piel oscurecida. ¡Egnaro! Es
un lugar peligroso, que te va envolviendo como un sueño. Es el nombre de tus
preguntas más básicas sobre el universo, es la punta del embudo donde tu vida
se repliega”.
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Datos para una
biografía
Michael John Harrison nació en Rugby, Inglaterra, en 1945.
Es uno de los escritores británicos más originales de las últimas décadas. Es
autor, entre otras, de las novelas “Caballeros de Viricorium” (1971), The Centauri Device (1974), “Tormenta de alas” (1980), “Nocturnos de Viricorium” (1985), Climbers (1989), “El curso del corazón”
(1992), Signs of Life (1997) y “Luz”
(2002) y de los libros de cuentos “El mono del hielo” (1983) y “Preparativos de
viaje” (2005). Obtuvo los premios Arthur C. Clarke, Philip Dick y Boardman Tasker Memorial, y el Richard
Evans Memorial por la calidad de su obra.
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Algunos enlaces:
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Video: Harrison en una entrevista de Arcfinity.Org
(publicado el 10/7/2012, duración 10, 16 minutos, en inglés)
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