“¿Cómo transmitir a los otros el infinito
Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?”, se pregunta Borges. Y la
respuesta está precisamente en ese cuento, uno de los más felices, más
complejos, en el que, como nunca, el Universo se muestra en su totalidad, en su
infinitud. Borges abrió todas las puertas y nos posibilitó atisbar lo que
sólo él logró conocer y comprender a través de las palabras.
Borges escribe para cada uno de nosotros, nos
escribe. Está ahí, esperándonos, para contarnos lo inefable, para que nos
sumerjamos en textos imperecederos. Cada uno tiene su Borges preferido. A cada
uno Borges le dice su palabra.
En sus cuentos y en sus poemas, en sus ensayos
y en sus prólogos, en sus famosas citas, en sus humoradas, en sus declaraciones
periodísticas, en su lenguaje impecable.
¿Con cuál Borges quedarse? ¿Con el del laberinto? ¿Con aquél a quien le extasiaban los tigres? ¿O bien con el que precisó que “nadie
es la patria, pero todos lo somos”? ¿Con el de aquello de “he cometido el peor
de los pecados, no he sido feliz”? ¿Con el de “me duele una mujer en todo el
cuerpo”? ¿Con quien, hablando de de Buenos Aires, expresó: “No nos une el amor
sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”? ¿O el vate ciego que pide no formularle reproches a Dios por haberle otorgado, al mismo tiempo y con magnífica ironía, los libros y la noche?
¿Con quien halló el libro de arena? ¿Con
quien contó cómo Laprida fue en coche al muere? ¿Con el que supo decirnos como
Dalhmann se encontró con su destino sudamericano llevando en mano un cuchillo
que no sabía manejar? ¿O con aquél a quien alguien le llegó a confesar: “Entonces,
Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en
el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y
estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre”?
Borges fue y es todo y único. Hace treinta
años que nos quedamos sin él cuando encontró la muerte en su amada Ginebra. Nos
venía acompañando desde antes y en estas tres últimas décadas siguió haciéndolo con sus textos, iluminando. Y seguirá así, más allá de nosotros, custodiado,
cuidado por la eternidad.
"Siempre
imaginé que
el
Paraíso sería algún
tipo de biblioteca”
tipo de biblioteca”
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