"Helada negra", de Patricia Severín. El dolor de vivir

“Helada negra”, de Patricia Severín.
Ediciones Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2016, 90 páginas.
En Argentina: 140 pesos.

Definen a la helada negra como “el terror de los agricultores porque no hay cultivo que la sobreviva”, incluyendo a los más resistentes. En estas circunstancias, se añade, no hay formación de escarcha por lo que el frío lento y persistente ataca directamente a las estructuras internas.
Lo concreto, que apunta a lo simbólico, se hace aún más específico, y terrible, cuando la información precisa que “a nivel celular aparecen cristalitos en forma de cuchillos que desgarran la maquinaria interna de las células y las membranas internas se desecan a causa del mismo proceso de congelación”.
Resultado: la necrosis de los tejidos dañados que se ennegrecen de golpe como consecuencia de la podredumbre y si los daños afectan a partes vitales, como el tronco y las hojas, la planta muere.
De estos daños, profundos, íntimos, irreversibles, de la “helada (el hada) negra” que no hace milagros salvíficos en la vida, nos habla la decena de cuentos bien macerados de Patricia Severín, quien a mi juicio encuentra su mejor voz cuando incursiona en el género.
La selección de este libro compacto, que exige lectura atenta, se abre con un cuento cuyo título, “El hombre que más amó a mi hermana”, puede llamar a un engaño del que lector saldrá de inmediato puesto que se trata de un relato en el que el amor y la muerte se encuentran profundamente entrelazados.
La habilidad narrativa de Severín presenta acá sus momentos más logrados, en un cuento plagado de saltos cronológicos, de fuerte contenido autobiográfico que, amén de ser una elegía por una pérdida muy próxima, es también una reflexión sobre la complejidad del amor.
En estos relatos en general los amores no suelen ser correspondidos. En ellos lo femenino se impone, aunque no en sus versiones edulcoradas o de romanticismo trasnochado, sino que hablan de la vida “vista” desde lo profundo de la mujer. Esto no es juicio de valor, desde ya, sino que Severín cuenta con sus emociones a flor de piel, y aunque invente situaciones y personajes, aún los masculinos, es la mujer la que se instala en estas páginas. Y se expresa con toda su singularidad.
“Helada negra”, el relato que da título al libro y con el que cierra el volumen, es donde más esa mujer se manifiesta, donde estalla, como si se tratara de un grito último, agónico, diciendo su íntima verdad. Imposible hablar de su contenido, aunque sí puede aludirse a la relación única y definitiva de una madre con su hijo recién nacido.
Así como el amor es el que “informa” al primer cuento, las emociones, los afectos correspondidos o no, hablan de distinta forma en otros cuentos, como en “Mano izquierda”, en el que un accidente circunstancial que sufre un hombre que hacha leña, esconde en realidad determinados infiernos personales. Que es lo que también ocurre en “Corazón de erizo”, en el que una gran familia, el dinero y la soledad profunda se esconden detrás de una constante hipocresía.

La naturaleza, los detalles. Dos de los cuentos de este libro merecerían un análisis minucioso que una reseña no lo permite, puesto que debería incursionar y exponer todos sus secretos. Me refiero a las ya citados “El hombre que más amó a mi hermana” y “Corazón de erizo”, en los que las descripciones minuciosas y la fuerte presencia de la naturaleza –también pintada de manera minuciosa- se vuelven coprotagonistas de las historias centrales.
Notable la habilidad de Severín para fragmentar las historias, jugar con el presente y el pasado y, particularmente, aportar esos detalles mínimos, no nimios, que Nabokov le reclamaba a la mejor literatura.
Qué fuerza tienen en estos cuentos la descripción de flores, de árboles, de ropas, de determinados ambientes, que van constituyéndose la materia viva, decisiva, de los relatos, que tanto refuerzan las situaciones-límite que viven las dos protagonistas, ambas marcadas por la tragedia.
Tragedia: he aquí otra palabra decisiva en estos textos de la autora. Tragedia de la hermana, tragedia de la prima, tragedia de la mujer engañada, tragedia de esa otra mujer que busca sus ancestros en Italia (y el misterio que encierra el pasado de su abuelo), tragedia de quien corta leña, tragedia de la mujer que en la soledad más profunda (más íntima) describe una historia amorosa en tiempos de la computadora (los tiempos pasan, las costumbres mutan, pero las emociones y el dolor son permanentes, persistentes). La pequeña/grande tragedia de la familia que espera la llegada del hombre a la luna. O la tragedia de la mujer con su hijo recién nacido durante un viaje bajo la trágica helada negra.
Tragedia, al fin, del hombre que más amó a su hermana, obsesionado, obsesivo, incontenible, incapaz de aceptar la realidad (y, de paso, excelente decisión de Severín al hacerlo portador de algo inefable, tremendo, que escapa a cualquier definición, porque eso es un universo que está vedado descifrar).
Breve pero contundente libro, a mi entender el más sólido de sus títulos, estos textos de Severín merecen la lectura y la promoción, ser difundidos, conocidos dentro y fuera de nuestras “fronteras” regionales. Por supuesto, se trata de una casi una mera expresión de deseos dado que vivimos en un territorio llamado Argentina, tan centralista, tan ignorante de lo que ocurre en la totalidad del país. Tan injustamente ciego.

“Ella levantaba las manos y sus brazos se desplegaban como banderas claras delante de los limpiatubos, que estallaban en rojo sobre el fondo de los plátanos. Yo quería disimular mi soledad ese atardecer, cuando el sol se ponía tenso y naranja entre los árboles del parque, buscando cualquier cosa, un pretexto en la cartera, diciéndome mil veces para qué viniste, para qué te pusiste el vestido de falda transparente que molesta (o yo pensaba que traslucía y molestaba tanto). Traté de colocarme de costado y alejarme de los grupos para que mis piernas no se vieran cuando la luz daba sobre la falda. Me protegía en la penumbra, haciendo como si buscara algo, o corría a observar detenidamente la flor del limpiatubos, alargada como una boquilla gruesa o un cepillo tupido y cilíndrico, de esos que se usan en los bares para limpiar el fondo de los vasos. ¿Por qué se llamaría así? ¿Y no rosa ígnea o carmesí de flecha o dedos de fuego? Ese arbusto me estaba poniendo poeta y eso era malo. Siempre que me ponía poeta algo incontrolable sucedía, como si al abrirse los poros del corazón se derramase por esos ínfimos agujeros toda la sangre”.

Datos para una biografía
Patricia Severín nació en Rafaela, Santa Fe, y luego de residir en Reconquista se radicó en la ciudad de Santa Fe. Ha publicado la novela “Salir de cacería”, los libros de cuentos “Las líneas de la mano” y “Sólo de amor”, así como los poemarios “La loca de ausencia”, “Amor en mano y cien hombres volando” (con Graciela Geller y Adriana Díaz Costra), “Poemas con bichos”, “Libros de las certezas”, “El universo de la mentira” y “Abuela y la niña”. Sus textos han aparecido en diversas antologías, nacionales e internacionales. Ha recibido los premios  Fondo Nacional de las Artes, Municipalidad de Buenos Aires y Faja de Honor de la Sade Santa Fe. Junto con Alicia Barberis y Graciela Prieto Rey dirige en Santa Fe la Editorial Palabrava.

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