AÑOS DE GRACIA, DE MARÍA MARTOCCIA

“Años de gracia”, de María Martoccia.
Tusquets, Buenos Aires, 2016, 206 páginas.
En Argentina: 299 pesos.

De manera elusiva y, al mismo tiempo, narrando de una forma concéntrica, como si de a poco fuera encerrando la historia que nos quiere contar, la argentina María Martoccia en “Años de gracia”, su más reciente novela, nos introduce en un mundo de frustraciones que, además, esconde un crimen.
La historia central (que incluirá otras historias, comparativamente menores, que contribuirán a dar una determinada temperatura dramática y existencial) transcurre en un pueblo de las sierras de Córdoba al que se califica como “cheto”, es decir un lugar habitado por personas de un especial, y desahogado, nivel económico. Aunque no se lo nombra, ese pueblo podría ser La Cumbre, uno de los más célebres de la serranía, donde supo vivir el escritor Manuel Mujica Láinez.
Hasta allí llega la joven Angie Ocampo, con la intención de proponer a una pariente lejana, Amelia Sáenz Valiente, que su antigua casona en decadencia sea transformada en un hotel boutique, preferentemente reservado para el turismo internacional. Angie tiene dificultades para hablar con Amelia (“custodiada” con severidad y eficiencia por la chaqueña Felisa Morales) porque ésta se encuentra postrada y debe moverse en silla de ruedas a causa de un accidente que sufriera y en la que murió una de sus principales amigas, Lorraine.
El accidente fue raro, y hasta de cierta manera risible, de no haber tenido resultados tan trágicos. Y esto se debe a que Amelia, circulando por un camino rural, de tierra, atropelló a una vaca que inesperadamente le salió al cruce. Ella fue eximida de toda culpa por la justicia, que investigó el accidente, pero el pueblo no dejó de murmurar porque Lorraine era, o podría haber sido, su rival en lides amorosas, presunta amante de su marido, Quesada, de quien se separó cuando vivían en México. Tiempo pasado.

Un mundo de chismorreos. Cada uno de los personajes que integran “Años de gracia” se mueve en un mundo de chismes, de “decires”, de afirmaciones ambiguas y contradictorias: Amelia sufrió un accidente, Amelia chocó con la vaca por descuido, Amelia provocó el choque, Amelia es inocente, Amelia es culpable. Otro ejemplo: el médico que la atiende, Richard, debe soportar del jardinero una vivisección relacionada con sus padres, que han dejado el pueblo porque se han separado. Y así como Amelia y Richard son “sopesados”, declarados inocentes o culpables por los demás, el pueblo entero salva o condena. Y en todos los casos no deja de observar (críticamente) al resto.
El jardinero, Felisa, María Teresa, dueña de una pequeña pensión, y, de manera fundamental, Elvira, una mujer pobre, le irán “contando” al lector la verdad que esconde el accidente, así como otros pequeños o grandes secretos que el pueblo serrano guarda en su seno.
Hay una suerte de “línea central” y tiene que ver con Amelia: en primer término su accidente y la presunta, o real, responsabilidad que le cabe respecto de la muerte de Lorraine y luego, en un plano secundario o más difuminado, el relato de su vida y, más aún, de sus frustraciones, de sus sentimientos confusos en relación tanto con el accidente como sobre su amiga muerte, sus impulsos sexuales y la “apuesta” que termina haciendo respecto del proyecto del hotel boutique que le formula Angie, y que podría sacarla de la abulia en la que vida y del cono de sombra que la va cubriendo sin cesar.
Minuciosa en los detalles, en las descripciones de objetos y personajes, Martoccia también lo es cuando “pinta” el cambiante paisaje serrano. Describe muy bien las relaciones interpersonales y es irónica, sin acentuar las cargas, cuando habla de situaciones frívolas (vg., la reunión de cuatro amigas en un bar céntrico de Buenos Aires) que no dejan de esconder los verdaderos dramas humanos que subyacen tras esa frivolidad.
Muy atenta a los diálogos, sin embargo la autora habla de “encender” la luz o “ponerse de pie”, en un clima demasiado argentino que lleva a pensar en ediciones que no incomoden al presunto lector español. Tampoco resultan “funcionales” los mecánicos que se instalan frente a la casa de Amelia, ni la relación de Richard con una sirvienta con su erotismo a flor de piel.
Estas presuntas “incomodidades” narrativas (juicio subjetivo, claro está) no lesionan a “Años de gracia”, una novela enigmática, favorecida por una escritura tersa y pulida, propia de una escritora minuciosa que sabe hablar de intrigas y que deja varios caminos abiertos para que el lector deduzca, determine y “cierre” los diversos enigmas planteados.

Casa Museo de Mujica Láinez en La Cumbre
-¿Por qué le pusiste “Años de gracia” a tu novela?
-Me pareció que sin saberlo uno está viviendo los años de gracia. Además esa ilusión de los personajes de poner un hotel, de hacer plata. Después de una desgracia a veces hay otra que aguarda. "Años de gracia" es un modo de decir "de yapa". No queda bien claro cuáles fueron los años de gracia. Es lindo porque nunca sabés cuáles son los años de gracia, si los que pasaron o los que vienen.
(de una entrevista a la autora realizada por Daniel Gigena, “La Nación”, Buenos Aires)

Datos para una biografía 
María Martoccia (Buenos Aires, 1957) estudió Letras en la UBA y residió varios años en San Marcos, sierras de Córdoba, así como en el exterior, adonde viajó con su marido, Raymond, profesor de Lingüística, con quien vivió en países tales como Gran Bretaña, Yemen, Tailandia, Malasia y Marruecos.. Es escritora y traductora. Publicó los libros de cuentos Caravana (1996, reeeditado en 2009) y Enemigos de la lluvia (2015),  y las novelas Los oficios (2003), Sierra Padre (2006), Desalmadas (2010) y Años de gracia (2016). Es coautora junto con Javiera Gutiérrez de las semblanzas biográficas Cuerpos frágiles mujeres prodigiosas (2002) y de una colección de relatos infantiles basados en leyendas budistas (2009).

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