Aunque escribió novelas, obras teatrales y ensayos de calidad, será sobre todo por
sus cuentos que se recordará al argentino Abelardo Castillo, fallecido hoy a
los 82 años de edad. Nacido en Buenos
Aires, de muy niño se afincó con su familia en San Pedro, provincia de Buenos
Aires, pero de joven regresó a la Capital Federal argentina donde casi de
inmediato recibió diversos reconocimientos, especialmente en su primera etapa
de autor teatral. Activo, generoso, en los comienzos de la segunda mitad del
siglo XX tuvo amplia participación en el debate cultural y literario de la
época, especialmente a través de la revista “El escarabajo de oro”, que dio a
conocer a muchas nuevas voces de la literatura nacional, especialmente de la
ciudad de Buenos Aires.
Contribuyó al redescubrimiento de Leopoldo Marechal cuando éste vivía un
verdadero ostracismo político y, en cuanto a su obra, se destacan “Las otras
puertas”, “Crónica de un iniciado”, “Israfel”, ·”Cuentos crueles”, “La pantera
y el templo”, “Las maquinarias de la noche”, “El que tiene sed” y “El Evangelio
según van Hutten”, entre muchos otros títulos.
Director de exigentes talleres literarios, lector consecuente, amigo de
los debates y las reflexiones, tuvo en la también escritora Sylvia Iparraguirre
a una gran compañera, tanto en lo afectivo como en lo literario.
En años recientes, publicó sus cuadernos personales, así como una
recopilación de sus mejores cuentos que preparó con participantes de los talleres
que coordinaba y que se conoció con el título de “Del mundo que conocimos”.
Era admirador incondicional de Borges y de Poe, pero como también era
lector infatigable nada de lo literario le resultaba ajeno. Instaba a los demás
a leer, mucho y a no quedar conformes nunca con lo que habían escrito. Fue un
escritor excelente, un autor impar. Su muerte significa otra gran pérdida para la literatura
argentina.
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