ESPERANDO A MISTER BOJANGLES, DE OLIVIER BOURDEAUT

Composición: Gerardo Morán

“Esperando a Mister Bojangles” (“En attendant Bojangles”), de Olivier Bourdeaut.
Salamandra, Barcelona, 2017, 149 páginas.
Traducción de José Antonio Soriano Marco.
En España: 16 euros. En Argentina: 245 pesos.

El joven autor Olivier Bourdeaut sorprendió, en medio de la escéptica posmodernidad, en el mundo descreído del amor y (cada vez más) de la imaginación, con una historia que abreva en el romanticismo y que casi ninguna conexión admite con el mundo de hoy.
Es la historia de amor de sus padres vista con los ojos de un niño inocente, que cree en los relatos inconcebibles que le narra su madre, una mujer ajena a todo tipo de convención, y que son avalados por su padre, un hombre que escribe una novela interminable y que está dispuesto a seguir a su mujer adonde ella quiera ir. Allí, al reino de la danza permanente, del juego constante, de la risa, de la diversión. Allí, donde Nina Simone canta en un viejo disco que es reiteradamente vuelto a escuchar en el arcaico tocadiscos: la canción de Mr. Bojangles.
“Mi padre decía que ella tuteaba a las estrellas, lo que me parecía raro porque mi madre trataba de usted a todo el mundo, incluso a mí”, comenta, mirando a la distancia, quien fuera niño y relata hoy la historia. Para ésta, Bourdeaut se basa libremente en la relación de Francis Scott Fitzgerard y Zelda y admite que se copió de las “atmósferas” de “Desayuno en Tiffany” (o “Desayuno con diamantes”), de Truman Capote.
El clima que logra captar en sus páginas es precisamente ese: alegre y zumbón al comienzo y luego progresivamente melancólico, tristón.
Porque la alegría y el desenfado de la madre tienen una explicación que ella terminará revelándole al final y sobre el cual, en cambio, el padre se niega a hablar. Lo que sí está claro es que como ningún otro se encuentra dispuesto a seguir a su mujer a como dé lugar, a bailar “hasta que las velas no ardan” y tutearse no más con las estrellas. A vivir una vida que colisionará de manera constante con lo convencional.

tapa de la edición francesa
Se podría decir que aunque ha vivido mil peripecias, mil tristezas, Mr. Bojangles no puede dejar de bailar, invitando a otros a que lo hagan, un acto celebratorio de la vida que toman en cuenta los padres del narrador como si fuera mandato divino.
Ella es vista como una maga, recargada de caprichos, de cambios de actitud, de decisiones inesperadas. Nunca conserva el mismo nombre y obliga a su marido también a cambiárselo, día tras día. Lo otro que llama la atención es que anda de aquí para allá con un animal, una grulla damisela (así llamada por ser más pequeña que las grullas comunes), bautizada Doña Superflua y que acompaña a la madre a todas partes (la calle incluida) con un collar de perlas a manera de correa.
Es un dislate la vida de esa gente, que no atiende el correo, vive tanto en Francia como una especie de castillo que el padre ha conseguido vaya a saberse cómo en España y que tienen como casi único amigo a un senador que proporciona los “víveres” para subsistir al progenitor del relator, un hombre que vive a su aire, lejos del sentido común. Y del pago de impuestos, que le traerá, oportunamente, dolores de cabeza.
Pero el dislate llegará a su fin en determinado momento y el alegre Bojangles que los ha acompañado, comenzará a desafinar, hasta que todo termina de una manera tan previsible como amarga, que Bourdeaut sabe narrar con la misma solvencia con la que comenzó su relato, aunque sean los tonos graves los que prevalezcan. Una novela llevadera, divertida y hasta estrafalaria en muchos de sus tramos, no puede sorprender su éxito. Vendió millones de ejemplares en Francia y en Argentina debieron lanzar en poco tiempo un segundo tiraje. Tiene méritos para que así haya ocurrido.

Datos para una biografía
Olivier Bourdeaut (Nantes, 1980) ha sido desde muy pequeño un lector voraz. En sus años más jóvenes llevó una vida itinerante en la que desempeñó una notable variedad de oficios, desde recoger escamas de sal hasta trabajar de plomero (fontanero) en un hospital. En 2016 irrumpe como un tifón en el panorama editorial con la publicación de su primera novela, Esperando a mister Bojangles. El libro causa un impacto inaudito, seduciendo a todo tipo de público y a la inmensa mayoría de la crítica. Así, además de escalar hasta el primer puesto de las listas, se ve reconocido con una retahíla de premios: el Grand Prix RTL-Lire, el Prix du Roman des étudiants France Culture-Télérama, el Roman France Télévisions, el Emmanuel-Roblès y el Prix de l’Académie littéraire de Bretagne. Asimismo, es seleccionado para el premio Goncourt a la primera obra.

Video: “Mr. Bojangles”, en la versión de Nina Simone (Youtube)

Mr. Bojangles
I knew a man Bojangles
And he'd dance for you
In worn out shoes
Silver hair, a ragged shirt
And baggy pants
The old soft shoe
He jumped so high
He jumped so high
Then he'd lightly touch down
Mr. Bojangles, Mr. Bojangles
Mr. Bojangles, dance
I met him in a
Cell in New Orleans
I was down and out
He looked to me to be
The eyes of age
He spoke right out
He talked of life, he talked of life
He laughed, slapped his leggings down
He said the name Bojangles
And he danced a bit
Across the cell
He grabbed his pants
For a better stance
Oh, he jumped so high
He clicked his heels
He let go a laugh, he let go a laugh
Shook back his clothes all around
Mr. Bojangles, Mr. Bojangles
Mr. Bojangles, dance
He danced for those at
Minstrel shows and county fairs
Throughout the south
He spoke with tears of fifteen years
How his dog and him traveled about
His dog up and died
Lord, he up and died
After twenty years, he still grieves
He said I dance now
At every chance in honky tonks
For drinks and tips
But most the time I spend
Behind these county bars
Cause I drink a bit
He shook his head
And as he shook his head
I heard someone ask please
Mr. Bojangles, Mr. Bojangles
Mr. Bojangles, dance

Una traducción aproximada:
Conocí al señor Bojangles
Bailó para mí
con unos zapatos gastados,
el pelo plateado, una camisa raída.
y unos pantalones holgados, viejos y suaves zapatos,
Saltaba tan alto, tan alto,
después tocó suavemente el suelo.
Lo conocí en una celda en Nueva Orleans.
yo estaba deprimido y fuera de circulación.
Me miró directamente con sus viejos ojos,
mientras me hablaba.
Habló de la vida, habló de la vida,
se echó a reír dándose una palmada en la pierna.
Dijo su nombre: Bojangles
y bailó unas notas dentro de la celda
adoptando una mejor postura.
Oh, dio un salto muy alto
luego dio un taconazo.
Soltó una risa, soltó una risa,
sacudiéndose la ropa.
Mr. Bojangles, Mr. Bojangles,
Mr. Bojangles, ¡baila!
Bailó para aquéllos
en espectáculos y feria de pueblos
por todo el sur.
Habló con lágrimas de quince años
sobre como su perro y él viajaron.
Su perro murió. Sí, murió.
Tras veinte años, aún sigue llorándolo.
Me dijo que baila
siempre que puede,
para beber y recibir propinas
pero la mayoría de las veces
está tras las barras de los bares de este condado
porque bebe un poco.
Él meneó la cabeza
y mientras lo hacía
oí a alguien pedirle:
por favor, por favor,
Mr. Bojangles, Mr. Bojangles,
Mr. Bojangles, ¡baila!

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